El día que te escribí eso, mal día, estaba bastante extrañada por el tono de nuestras conversaciones. Mentiría si dijera, o incluso si escribiera, que sentí un poco de lástima por eso. Extraño en vista de que sabía que serían las últimas. Fue más un alivio hipocondríaco lo que sentía. Supongo que se llora al perro cuando se muere de sopetón, por sorpresa, y no cuando lleva un par de años haciéndolo.
Yo estaba ahí, entre V y la vieja loca. También estabas tú, Agustín, dando vueltas en el vidrio como un fantasma.
El señor V sólo tenía que estirar el brazo y enredarse los dedos con mi pelo negro. Estaba ahí, pero no lo hizo, y sin embargo no paraba de abrir y cerrar la boca deseando hacerlo. Hacía grandes esfuerzos para mantener su vista en otra cosa que no fuera mi pelo. Sus dedos no paraban de golpear el cuarto asiento, vacío a su lado. Tipo raro V. La vieja no se calló en todo el camino. Se bajó un paradero tarde, enchuchada, perdiéndose por alguna esquina. Tras cada puerta, decía la vieja, tenía colgada una estampita del padre Pío. Nunca se sabe, niño, cuando haya que pedir refuerzos. Los dedos de V golpeaban el asiento junto a él una y otra vez, como estacas. Sus ojos giraron hacia la ventana, mi pelo, la cara de la vieja, mi pelo una vez más. Le dije vieja loca, y la voz me salió muy clara entre los dientes apretados. V se remeció apenas. Ya veo, dijo. Se dibujó en su boca una mueca de desagrado. Tras cada puerta, seguía la vieja, agarradas con un alfiler de cabeza de perla roja. Así con las estampitas de 1993. Ajusté mis audífonos, amigo, y tú sigues perdido en mi reflejo atrapado en la ventana. We hug the same plank, Agustín, but The waves suck you in, and you drown: yo voy a casa, y me resulta indispensable seguir oyendo a esa vieja mezclada contigo, con el ruido del motor.
Cuando la calle se elevaba sobre la autopista la vista del cemento desnudo me pareció algo bonito. Quizás lo que me gusta es la altura. Más que probablemente extraño el camino que conduce a tu barrio. Debo echar de menos la rabia que sentía subiéndome a esa micro de mierda. A diario pasaba cerca de tu casa, rozando el muro en el que está apoyada tu cama, y guardaba silencio. A veces caminaba por muchas cuadras hasta perder por algún motivo mi boca cerrada. Un par de veces, estoy segura, te comenté algo sobre todo esto. Como siempre, dijiste una cosa nada apropiada. A veces, cuando en la caletera habían muchos autos, la micro abría las puertas justo en la esquina de tu calle y yo entraba en ella como quien se pasea por una cuerda floja. Atroces veces. No sé por qué el cemento me pareció brillante entonces, if you'd just stay down with me I'll swim way down with you.
Letra detestable.
Cuando te conocí ya no eras gente, Agustín, igual que esa vieja. Ella es apenas y a medias un personaje mal herido, pero no le escribiría una carta como ésta. No le escribiría una novela tampoco, amigo, así que no te sientas desplazado. Tú te ahogas, yo te veo en esos remolinos. Cada uno tiene su función. El reflejo en la ventana tenía esa belleza que de linda duele mirarla. Supongo que V aprovechó el momento para observar con descaro todo el largo de mi pelo sobre los hombros. Te ahogaste entre el negativo de las cosas, en las calles que se borronean de acuerdo a la velocidad del bus. La vieja se tragaba las líneas del piso con las piernas, hecha un insecto en la vereda. V arqueaba una ceja, creyendo que así me daría la certeza de que eso entre nosotros fue amor a primera vista.
Yo estaba ahí, entre V y la vieja loca. También estabas tú, Agustín, dando vueltas en el vidrio como un fantasma.
El señor V sólo tenía que estirar el brazo y enredarse los dedos con mi pelo negro. Estaba ahí, pero no lo hizo, y sin embargo no paraba de abrir y cerrar la boca deseando hacerlo. Hacía grandes esfuerzos para mantener su vista en otra cosa que no fuera mi pelo. Sus dedos no paraban de golpear el cuarto asiento, vacío a su lado. Tipo raro V. La vieja no se calló en todo el camino. Se bajó un paradero tarde, enchuchada, perdiéndose por alguna esquina. Tras cada puerta, decía la vieja, tenía colgada una estampita del padre Pío. Nunca se sabe, niño, cuando haya que pedir refuerzos. Los dedos de V golpeaban el asiento junto a él una y otra vez, como estacas. Sus ojos giraron hacia la ventana, mi pelo, la cara de la vieja, mi pelo una vez más. Le dije vieja loca, y la voz me salió muy clara entre los dientes apretados. V se remeció apenas. Ya veo, dijo. Se dibujó en su boca una mueca de desagrado. Tras cada puerta, seguía la vieja, agarradas con un alfiler de cabeza de perla roja. Así con las estampitas de 1993. Ajusté mis audífonos, amigo, y tú sigues perdido en mi reflejo atrapado en la ventana. We hug the same plank, Agustín, but The waves suck you in, and you drown: yo voy a casa, y me resulta indispensable seguir oyendo a esa vieja mezclada contigo, con el ruido del motor.
Cuando la calle se elevaba sobre la autopista la vista del cemento desnudo me pareció algo bonito. Quizás lo que me gusta es la altura. Más que probablemente extraño el camino que conduce a tu barrio. Debo echar de menos la rabia que sentía subiéndome a esa micro de mierda. A diario pasaba cerca de tu casa, rozando el muro en el que está apoyada tu cama, y guardaba silencio. A veces caminaba por muchas cuadras hasta perder por algún motivo mi boca cerrada. Un par de veces, estoy segura, te comenté algo sobre todo esto. Como siempre, dijiste una cosa nada apropiada. A veces, cuando en la caletera habían muchos autos, la micro abría las puertas justo en la esquina de tu calle y yo entraba en ella como quien se pasea por una cuerda floja. Atroces veces. No sé por qué el cemento me pareció brillante entonces, if you'd just stay down with me I'll swim way down with you.
Letra detestable.
Cuando te conocí ya no eras gente, Agustín, igual que esa vieja. Ella es apenas y a medias un personaje mal herido, pero no le escribiría una carta como ésta. No le escribiría una novela tampoco, amigo, así que no te sientas desplazado. Tú te ahogas, yo te veo en esos remolinos. Cada uno tiene su función. El reflejo en la ventana tenía esa belleza que de linda duele mirarla. Supongo que V aprovechó el momento para observar con descaro todo el largo de mi pelo sobre los hombros. Te ahogaste entre el negativo de las cosas, en las calles que se borronean de acuerdo a la velocidad del bus. La vieja se tragaba las líneas del piso con las piernas, hecha un insecto en la vereda. V arqueaba una ceja, creyendo que así me daría la certeza de que eso entre nosotros fue amor a primera vista.
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