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jueves, 4 de septiembre de 2008

II. Folio 3 - De otro planeta (apunte para la novela, abril 2008)

1.
-¿Y aquí?

Y su dedo presionaba el mentón, y sus ojos miraban hacia arriba distraídos como dos escarabajos, y la punta del índice de a poco se le ponía tan roja como el hoyuelo que dios le había hecho en la barbilla. Estaba aplastándolo.

-Aquí la cara se te contraería, porque la mandíbula se partiría en dos y el ángulo que tienes ahora así, tan gracioso hacia fuera, se te haría hacia adentro con los dientes quebrados. Quizás, si no se detuviera ahí, golpearía también tu paladar, contrayéndote la cara entera hacia adentro como si fuera una anti-cara: como si quisieras mirarte el interior de la nariz al cerrar los ojos.

Ella sonrió. Le gustaba cuando los signos apuntaban a que todo saldría bien. Se quitó el vestido a rayas para tenderse sobre la alfombra. Entre que hizo esto y se levantó por más café, hicieron el amor dos veces. En parte él miraba como dormía, en parte fundía los colores como si ella y el piso fueran una sola cosa. El estómago subía y bajaba muy lento, como a destiempo. Las luces seguían apagadas y las ventanas abiertas. De la calle, la noche se reflejaba en pequeñas luces sobre los brazos y el estómago, borrándolos. Los calzones brillaban más, al punto de iluminar la habitación. Satín rosa. Se preguntó en qué estaría pensando al vestir una cosa tan infantil. En el espacio de dos horas, hizo cuatro veces el amor consigo mismo. Se levantó a tomar café, pero en la tetera ya no quedaba ni media taza de agua hervida. Al entreabrir los ojos, a ella le pareció estar con el italiano. No, se corrigió, es Facundo que se ha revuelto el pelo y parece venido a la conquista de otro planeta. Le preguntó cuánto había dormido, pero él no supo qué responder. Preguntó al aire cómo es que se le ocurrió ponerse los calzones y no los sostenes. Él pudo haber sonreído, pero no dijo nada. Le contó, en cambio, que durmió muy mal debido a que tomó más café del presupuestado, pero que agradecía su ocurrencia de calzones y no de sostenes. Si hubieras dormido sólo con sostenes, dijo, de la risa no habría podido tomar café.

-Si hubieras dormido sólo con sostenes, no habrías dormido.

Se rieron los dos, aunque no sé si llegó a decirlo en voz alta. De las seis veces de la noche, para Facundo sólo dos fueron presenciales y las demás teóricas. Ella, en cambio, de las dos tuvo siete con Facundo y una con el italiano, que siempre se reservaba la mañana. Nunca sus talentos fueron matemáticos. Se acordaba de que, cuando era niña, su madre le dibujaba redondas manzanas rojas en tarjetas de cartón con la vaga esperanza de que aprendiera la lección. La cicatriz que tenía en el pie derecho le recordaba que no se está seguro en esta vida hasta que se aprende a dividir. Cada vez que la veía, los años desaparecían de golpe, como si fueran espacio.

El la miraba de reojo y de costado. Fijos los ojos en la cicatriz del pie con ambas tazas de café en la mano, como si fuera una equilibrista porno. Se le ocurrió que era la cosa más extraña que hubiera visto alguna vez: estaba ahí únicamente en calzones de satín, los que usaría una niña, sosteniendo dos tazas de café en silencio. Calzones que refulgen, dijo, pero pensó que de tanto brillo le estaban quemando los ojos. Le dieron ganas de escribir alguna cosa más que sea sobre el asunto, pero 1. Sintió cansancio de levantarse por papel y lápiz 2. Le daba pena dejar de mirarla con ojos llenos que se sentían rebalsar. Ella esperó un par de minutos más con los ojos fijos en el piso. El frío de las baldosas de la cocina le causaba escozor en la planta de los pies. Él intentó anotar algo sin buenos resultados. Terminó por desistir y tarjar toda la oración con una sola línea que se tambaleaba.

martes, 29 de julio de 2008

I. Folio 15 - Sobre los libros (no fechados)

1. 
El viejo era historiador. Tenía, entre las rumas de papeles amarillentos sobre el escritorio, una colección de fotos viejas salidas quién sabe de dónde. Las había comprado a los anticuarios; sacado de las  sábanas de todas las viudas de sus amigos de infancia, a las cuales visitaba con asiduidad. Había llegado a confundir, incluso, su adicción por las fotos con una incipiente adicción por las viudas: como todo historiador, amaba las cosas añejas. Las fotos las guardaba en grupos de 20, atadas con elástico como si fueran tarjetas de colección. A la derecha conservaba las recién traídas, "mis lolas"como les decía. Las limpiaba con acetona cuidando no quitar de ellas algo más que el polvo. Usaba eso y no otra cosa por el leve olor a peluquería que se les quedaba pegado en los bordes. La izquierda, en cambio, estaba llena de las que ya tenían el tratamiento completo. Esas esperaban nomás. A veces tomaba una que otra, la de un muchacho, y garabateaba sobre su rostro labios pintados y mejillas ruborizadas con pluma y tinta roja.

2.
-Si la novela fuera así, estaríamos uno a cada lado de la calle.
-¿Tú crees?
-Obvio. No es gratis la picazón que me da.
-Claro que nos da.
-¿Y qué vas a hacer?
-¿Sobre la novela?
-No, sobre la existencia de la marsopa.
-No sé... las novelas no se escriben solas.
-Deberías escribirla sobre ti y dejarte de imbecilidades: la quieres escribir sobre esa porque en ella puedes leerte a ti mismo.

Se quedaron callados. Él se rascó la rodilla derecha y gruñó molesto.

-Sería escribir sobre un tipo que ama a una tipa que nunca estuvo, entonces.
-Que no existe.
-¿Cómo?
-No existe. ESA-NO-EXISTE.
-Como quieras.

3.
-¡Es terrible!
-¿Qué?
-Cuando se te apoyan tipos dormidos en la micro. Nunca son como en los comerciales, galanes que huelen las axilas de las rucias Nivea.
-Será que si eres linda atraes gente linda.
-No sé, pero si van leyendo algo me cobro la siesta y les robo de un tirón el libro.

viernes, 11 de julio de 2008

I. Folio 14 - Carta sin numerar acerca de la novela (febrero del 2008)

El día que te escribí eso, mal día, estaba bastante extrañada por el tono de nuestras conversaciones. Mentiría si dijera, o incluso si escribiera, que sentí un poco de lástima por eso. Extraño en vista de que sabía que serían las últimas. Fue más un alivio hipocondríaco lo que sentía. Supongo que se llora al perro cuando se muere de sopetón, por sorpresa, y no cuando lleva un par de años haciéndolo.

Yo estaba ahí, entre V y la vieja loca. También estabas tú, Agustín, dando vueltas en el vidrio como un fantasma.

El señor V sólo tenía que estirar el brazo y enredarse los dedos con mi pelo negro. Estaba ahí, pero no lo hizo, y sin embargo no paraba de abrir y cerrar la boca deseando hacerlo. Hacía grandes esfuerzos para mantener su vista en otra cosa que no fuera mi pelo. Sus dedos no paraban de golpear el cuarto asiento, vacío a su lado. Tipo raro V. La vieja no se calló en todo el camino. Se bajó un paradero tarde, enchuchada, perdiéndose por alguna esquina. Tras cada puerta, decía la vieja, tenía colgada una estampita del padre Pío. Nunca se sabe, niño, cuando haya que pedir refuerzos. Los dedos de V golpeaban el asiento junto a él una y otra vez, como estacas. Sus ojos giraron hacia la ventana, mi pelo, la cara de la vieja, mi pelo una vez más. Le dije vieja loca, y la voz me salió muy clara entre los dientes apretados. V se remeció apenas. Ya veo, dijo. Se dibujó en su boca una mueca de desagrado. Tras cada puerta, seguía la vieja, agarradas con un alfiler de cabeza de perla roja. Así con las estampitas de 1993. Ajusté mis audífonos, amigo, y tú sigues perdido en mi reflejo atrapado en la ventana. We hug the same plank, Agustín, but The waves suck you in, and you drown: yo voy a casa, y me resulta indispensable seguir oyendo a esa vieja mezclada contigo, con el ruido del motor.

Cuando la calle se elevaba sobre la autopista la vista del cemento desnudo me pareció algo bonito. Quizás lo que me gusta es la altura. Más que probablemente extraño el camino que conduce a tu barrio. Debo echar de menos la rabia que sentía subiéndome a esa micro de mierda. A diario pasaba cerca de tu casa, rozando el muro en el que está apoyada tu cama, y guardaba silencio. A veces caminaba por muchas cuadras hasta perder por algún motivo mi boca cerrada. Un par de veces, estoy segura, te comenté algo sobre todo esto. Como siempre, dijiste una cosa nada apropiada. A veces, cuando en la caletera habían muchos autos, la micro abría las puertas justo en la esquina de tu calle y yo entraba en ella como quien se pasea por una cuerda floja. Atroces veces. No sé por qué el cemento me pareció brillante entonces, if you'd just stay down with me I'll swim way down with you.

Letra detestable.

Cuando te conocí ya no eras gente, Agustín, igual que esa vieja. Ella es apenas y a medias un personaje mal herido, pero no le escribiría una carta como ésta. No le escribiría una novela tampoco, amigo, así que no te sientas desplazado. Tú te ahogas, yo te veo en esos remolinos. Cada uno tiene su función. El reflejo en la ventana tenía esa belleza que de linda duele mirarla. Supongo que V aprovechó el momento para observar con descaro todo el largo de mi pelo sobre los hombros. Te ahogaste entre el negativo de las cosas, en las calles que se borronean de acuerdo a la velocidad del bus. La vieja se tragaba las líneas del piso con las piernas, hecha un insecto en la vereda. V arqueaba una ceja, creyendo que así me daría la certeza de que eso entre nosotros fue amor a primera vista.

jueves, 19 de junio de 2008

I. Folio 7 - la novela (comprendidos entre agosto del 2007 y febrero del 2008)

1. primer intento (y presentación)
Estos últimos dos meses mi escritura se ha centrado en un proyecto de novela que venía, como un/el fantasma, rondándome por años. Historias dignas de ser contadas, excusas para sostener grandes empresas que, a la larga, terminan sosteniéndote a ti. En una precaria organización, en el caos de mis ideas, el primer intento fue algo así como lo siguiente:

La novela trata sobre un tipo que escribe una novela y debe terminarla dos días antes de que una amiga suya llegue desde donde sea. Se acerca el día y no puede acabar. Llega la fecha fijada y ni ella ni la novela aparecen por ninguna parte. El tipo sabe que no puede acabar lo que escribe mientras ella no llegue, pero también sabe que ella no va a llegar mientras la novela no esté terminada. Estúpidas promesas. Él la ama. Es una relación de largas llamadas telefónicas a países desconocidos. Sabe que esa novela será importante porque pondrá punto final a su vida hasta el momento en que la termine, en que la encuentre a ella. Sale a buscarla. La novela se llena de los paisajes en su viaje. Desérticos, solitarios, asesinos, escenificados. El tipo sabe que en algún momento la novela va a acabar abruptamente, pero no sabe por qué motivos ya.
El tipo ha vivido y sido criado siempre en una ciudad in extremis urbanizada. Una de locos, dice. En esa ciudad, donde viven los locos, vive entre las paredes una amiga del escritor que se dedica a coleccionar mariposas en el cabello: ella es un infierno en vida. Sus ideas, sus imágenes, todo ella lo tortura colándose en la novela. Principalmente esos delirios de ciudad son los que quiere exterminar de sí antes de que la otra, siempre la otra, llegue desde el lugar ajeno. Por eso los dos días y el apuro. La novela es su vida antes de lo que el quiere que sea su vida. Una vida de la que se arrepiente, de loca superficialidad. Finalmente, entendiendo no poder acabar con la novela, sale a buscarla con el objeto de pedirle perdón. No puede acabar y los capítulos de la novela le llegan como sueños que lo atormentan. Allá extraña la locura, a su infierno, allá en medio del silencio. Cuelga. Todos los personajes, a excepción del narrador, se quedan solos (espero).

¿Por qué el narrador no? Vaya a saber el autor.


2. (en el desierto)
La cabeza en la cabecera, nada. Abrir o cerrar los ojos es igual. El color siempre es el mismo: negro. Un negro como bolsa plástica respirada sobre la cara. Por qué las luces de la ciudad no rebotan hasta ahí: en ese motel cada pieza tiene por techo un espejo. Se había dado las buenas noches a si mismo apagando la luz del velador. Ni siquiera un brillo se reflejaba en él ahora. Piensa que seguro es así cuando te mueres. Después aparece ella: siempre la ve en el espacio de los ojos cerrados. Ella atravesando sus párpados, sus ojos con dedos filosos. Ella en posturas; ella poniendo caras para la foto. Ambos mirando ventana afuera. Ella diciendo un montón de cosas que no recuerda. No iba a encontrarla nunca. Se encuentra en el espejo sin llegar a reconocer su rostro: teme eso. Después de masturbarse la noche le parece más luminosa.


3. (antes, en la ciudad)
La tercera noche se acostaron. Al despertar al día siguiente él ya estaba enamorado de K otra vez.

Le pregunta desde hace cuanto ella está enamorada. K dice que se fue durante una caminata entre la Plaza de Ñuñoa y Providencia: al llegar a Bilbao ya estaba enamorada. Él se impresiona. Toma aire con la boca abierta, que escupe humo, y lo expele con fuerza: así deja claro que esa información lo descoloca.



4. (mucho antes, también en la ciudad)

-Mi mamá viene a Santiago. Quiere conocerte.
-Le contaste de mí –pregunto con molestia, por algo existía el trato.
-No, pero una madre siempre sabe.
-¿Y siente como ahora te estoy tocando las rodillas?

Se encoge de hombros. Ambos nos reímos y ella esconde la cabeza, rubia y sin desmalezar, entre las arrugas de mi camisa a rayas.

-Ella va a saber igual, así que haz ahora lo que tengas que hacer.