1. primer intento (y presentación)
Estos últimos dos meses mi escritura se ha centrado en un proyecto de novela que venía, como un/el fantasma, rondándome por años. Historias dignas de ser contadas, excusas para sostener grandes empresas que, a la larga, terminan sosteniéndote a ti. En una precaria organización, en el caos de mis ideas, el primer intento fue algo así como lo siguiente:
La novela trata sobre un tipo que escribe una novela y debe terminarla dos días antes de que una amiga suya llegue desde donde sea. Se acerca el día y no puede acabar. Llega la fecha fijada y ni ella ni la novela aparecen por ninguna parte. El tipo sabe que no puede acabar lo que escribe mientras ella no llegue, pero también sabe que ella no va a llegar mientras la novela no esté terminada. Estúpidas promesas. Él la ama. Es una relación de largas llamadas telefónicas a países desconocidos. Sabe que esa novela será importante porque pondrá punto final a su vida hasta el momento en que la termine, en que la encuentre a ella. Sale a buscarla. La novela se llena de los paisajes en su viaje. Desérticos, solitarios, asesinos, escenificados. El tipo sabe que en algún momento la novela va a acabar abruptamente, pero no sabe por qué motivos ya.
El tipo ha vivido y sido criado siempre en una ciudad in extremis urbanizada. Una de locos, dice. En esa ciudad, donde viven los locos, vive entre las paredes una amiga del escritor que se dedica a coleccionar mariposas en el cabello: ella es un infierno en vida. Sus ideas, sus imágenes, todo ella lo tortura colándose en la novela. Principalmente esos delirios de ciudad son los que quiere exterminar de sí antes de que la otra, siempre la otra, llegue desde el lugar ajeno. Por eso los dos días y el apuro. La novela es su vida antes de lo que el quiere que sea su vida. Una vida de la que se arrepiente, de loca superficialidad. Finalmente, entendiendo no poder acabar con la novela, sale a buscarla con el objeto de pedirle perdón. No puede acabar y los capítulos de la novela le llegan como sueños que lo atormentan. Allá extraña la locura, a su infierno, allá en medio del silencio. Cuelga. Todos los personajes, a excepción del narrador, se quedan solos (espero).
¿Por qué el narrador no? Vaya a saber el autor.
2. (en el desierto)
La cabeza en la cabecera, nada. Abrir o cerrar los ojos es igual. El color siempre es el mismo: negro. Un negro como bolsa plástica respirada sobre la cara. Por qué las luces de la ciudad no rebotan hasta ahí: en ese motel cada pieza tiene por techo un espejo. Se había dado las buenas noches a si mismo apagando la luz del velador. Ni siquiera un brillo se reflejaba en él ahora. Piensa que seguro es así cuando te mueres. Después aparece ella: siempre la ve en el espacio de los ojos cerrados. Ella atravesando sus párpados, sus ojos con dedos filosos. Ella en posturas; ella poniendo caras para la foto. Ambos mirando ventana afuera. Ella diciendo un montón de cosas que no recuerda. No iba a encontrarla nunca. Se encuentra en el espejo sin llegar a reconocer su rostro: teme eso. Después de masturbarse la noche le parece más luminosa.
3. (antes, en la ciudad)
La tercera noche se acostaron. Al despertar al día siguiente él ya estaba enamorado de K otra vez.
Le pregunta desde hace cuanto ella está enamorada. K dice que se fue durante una caminata entre la Plaza de Ñuñoa y Providencia: al llegar a Bilbao ya estaba enamorada. Él se impresiona. Toma aire con la boca abierta, que escupe humo, y lo expele con fuerza: así deja claro que esa información lo descoloca.
4. (mucho antes, también en la ciudad)
-Mi mamá viene a Santiago. Quiere conocerte.
-Le contaste de mí –pregunto con molestia, por algo existía el trato.
-No, pero una madre siempre sabe.
-¿Y siente como ahora te estoy tocando las rodillas?
Se encoge de hombros. Ambos nos reímos y ella esconde la cabeza, rubia y sin desmalezar, entre las arrugas de mi camisa a rayas.
-Ella va a saber igual, así que haz ahora lo que tengas que hacer.
Estos últimos dos meses mi escritura se ha centrado en un proyecto de novela que venía, como un/el fantasma, rondándome por años. Historias dignas de ser contadas, excusas para sostener grandes empresas que, a la larga, terminan sosteniéndote a ti. En una precaria organización, en el caos de mis ideas, el primer intento fue algo así como lo siguiente:
La novela trata sobre un tipo que escribe una novela y debe terminarla dos días antes de que una amiga suya llegue desde donde sea. Se acerca el día y no puede acabar. Llega la fecha fijada y ni ella ni la novela aparecen por ninguna parte. El tipo sabe que no puede acabar lo que escribe mientras ella no llegue, pero también sabe que ella no va a llegar mientras la novela no esté terminada. Estúpidas promesas. Él la ama. Es una relación de largas llamadas telefónicas a países desconocidos. Sabe que esa novela será importante porque pondrá punto final a su vida hasta el momento en que la termine, en que la encuentre a ella. Sale a buscarla. La novela se llena de los paisajes en su viaje. Desérticos, solitarios, asesinos, escenificados. El tipo sabe que en algún momento la novela va a acabar abruptamente, pero no sabe por qué motivos ya.
El tipo ha vivido y sido criado siempre en una ciudad in extremis urbanizada. Una de locos, dice. En esa ciudad, donde viven los locos, vive entre las paredes una amiga del escritor que se dedica a coleccionar mariposas en el cabello: ella es un infierno en vida. Sus ideas, sus imágenes, todo ella lo tortura colándose en la novela. Principalmente esos delirios de ciudad son los que quiere exterminar de sí antes de que la otra, siempre la otra, llegue desde el lugar ajeno. Por eso los dos días y el apuro. La novela es su vida antes de lo que el quiere que sea su vida. Una vida de la que se arrepiente, de loca superficialidad. Finalmente, entendiendo no poder acabar con la novela, sale a buscarla con el objeto de pedirle perdón. No puede acabar y los capítulos de la novela le llegan como sueños que lo atormentan. Allá extraña la locura, a su infierno, allá en medio del silencio. Cuelga. Todos los personajes, a excepción del narrador, se quedan solos (espero).
¿Por qué el narrador no? Vaya a saber el autor.
2. (en el desierto)
La cabeza en la cabecera, nada. Abrir o cerrar los ojos es igual. El color siempre es el mismo: negro. Un negro como bolsa plástica respirada sobre la cara. Por qué las luces de la ciudad no rebotan hasta ahí: en ese motel cada pieza tiene por techo un espejo. Se había dado las buenas noches a si mismo apagando la luz del velador. Ni siquiera un brillo se reflejaba en él ahora. Piensa que seguro es así cuando te mueres. Después aparece ella: siempre la ve en el espacio de los ojos cerrados. Ella atravesando sus párpados, sus ojos con dedos filosos. Ella en posturas; ella poniendo caras para la foto. Ambos mirando ventana afuera. Ella diciendo un montón de cosas que no recuerda. No iba a encontrarla nunca. Se encuentra en el espejo sin llegar a reconocer su rostro: teme eso. Después de masturbarse la noche le parece más luminosa.
3. (antes, en la ciudad)
La tercera noche se acostaron. Al despertar al día siguiente él ya estaba enamorado de K otra vez.
Le pregunta desde hace cuanto ella está enamorada. K dice que se fue durante una caminata entre la Plaza de Ñuñoa y Providencia: al llegar a Bilbao ya estaba enamorada. Él se impresiona. Toma aire con la boca abierta, que escupe humo, y lo expele con fuerza: así deja claro que esa información lo descoloca.
4. (mucho antes, también en la ciudad)
-Mi mamá viene a Santiago. Quiere conocerte.
-Le contaste de mí –pregunto con molestia, por algo existía el trato.
-No, pero una madre siempre sabe.
-¿Y siente como ahora te estoy tocando las rodillas?
Se encoge de hombros. Ambos nos reímos y ella esconde la cabeza, rubia y sin desmalezar, entre las arrugas de mi camisa a rayas.
-Ella va a saber igual, así que haz ahora lo que tengas que hacer.
1 investigadores:
Ay esto es divertido. Tengo hartas cosas que decir, empecemos.
Primero es que, bueno, yo tenía harto tiempo libre y, si eso se mezcla con mi vouyerismo, fotolog era ideal. Pero tú no te preocupes en decirme psicópata, yo no me siento mal.
Lo segundo es que Rafael me contó sobre un mail que te había escrito debido a un autor que casi no hay en chilito. A mi me interesó tanto uno de sus títulos...
Otra cosa es que yo llevo quizás un par de años tratando de escribir una novela. La idea está lista y debo tener al menos veinte o más borradores con intentos frustrados, lo que pasa es que siempre -de distintas maneras- llego a la misma parte y me detengo, así como inevitablemente.
En literatura me enseñaron que Flaubert se demoró como diez años en escribir Madame Bovary. Obviamente se volvió loco. -madame bovary no es precisamente mi obra favorita pero lo expongo para seguir creyendo en la esperanza-.
Por último, yo tampoco sé quien soy.
abrazos
!.
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