domingo, 21 de diciembre de 2008

II. Folio 13 - borrador hecho en base a sensaciones atroces (diciembre 2008)

ii. Mi pena se va al barrio alto

Mi pena antes era más estática / se quedaba paseando siempre entre la Plaza Egaña y la de Ñuñoa / a veces iba de subida / generalmente más iba de bajada / pero de la nada se hizo la costumbre de ir hasta Grecia y quedarse en la biblioteca municipal.

Mi pena está en subida, explorando / en cualquier momento me llega a la autopista y se va.

ii. (Después)

Y después quiso vestirme él, como una muñeca / y yo, que estoy más sola que la palta en la lechuga, me dejé vestir y maquillar / y me sentí una muñeca de verdad / y me comí el llanto que ninguno de los dos oyó venir por entremedio del hoyito en mis medias sucias.

iii.

Mentir es lo único que puede defender / a las gentes como yo / que están así de solas.

iv. Mi pena se volvió más chic

Yo me acuerdo de que antes / antes de dos, tres años máximo / mi pena disfrutaba de las cosas simples / ahora le gusta sentarse en el Forestal los días domingo / y escuchar en el ipod a She Wants Revenge / y mirar a los malabaristas regocijarse de su miseria.

i. (La muñeca)

Tiene los ojitos cosidos para no ver / para ser puro adentro que duela / puro adentro inundado con el agua que no puede salir / no ve nada, pero es bueno que nadie la vea llorar / entre las puntadas entra una luz que le molesta / pero si aguanta tiesa la mueca de la boca nadie se da cuenta de que algo pasa.

Adentro / las cosas flotan todas en una alcantarilla de lágrimas.

II. Folio 12 - El secreto (diciembre 2008)

Cuando hicimos la cámara de fotos de cartón, cuando yo tenía como cinco o seis años, creí que cualquier cosa se podía hacer entonces. Mi tío, que había comprado una pequeña cámara de juguete en un viaje al D.F., se esmeró en imitar a la perfección todo el proceso con el cual ésta fijaba las imágenes. El aparatito, que cabía en mi palma de niña, estaba todo desparramado sobre el escritorio del cuarto de mi tío, y no sirvió nunca más para nada que no fuera guardar monedas de diez pesos (cincuenta pesos, para ser exactos) muy bien ordenadas una sobre otra en su interior. Mi tío, todo lo que tocaba terminaba destruido. Después de unos días, nos dio a Jorgito y a mí una caja de cartón con un pequeño hoyo en el centro de una de sus caras. Tenía, eso sí, un pedacito de terciopelo azul cubriéndolo mientras no hubiera que exponerlo. ¿Exponerlo a qué? A la luz, Laurita, la luz pone al papel muy malo. Me senté con la espalda muy recta, apoyada en el respaldo de la silla. No te vayas a mover, anunció mi tío. Jorgito descubrió el hoyito y lo pegó a la caja con un pedazo de escoch. Ellos se quedaron mucho más quietos que yo, mirándome fijo. El sol me daba de lleno en la cara y me hizo ver, en cosa de segundos, sus caras plagadas de motas de colores. Ay no te asolees, Laura, que te van a aparecer más pecas. La voz se oía desde dentro de la casa, pero me pareció escucharla desde dentro de mi cabeza. Ninguno de los tres movió un músculo. Las caras de Jorgito y mi tío me parecieron tan chistosas. ¿No era acaso la caja la atracción? Esa caja de zapatillas con un hoyo de alfiler. Con hoyito y terciopelo, en todo caso. No soy yo, me dieron ganas de decir, pero supuse que de lo callados era probable que el sonido también hallara una forma de entrar a través de ese pequeño orificio, igual que la luz. Me alarmó pensar en que se vería el gritito histérico de mamá en la foto, flotando sobre mi cabeza. Sus ¡Ay! Malignos, sus ¡No! Imprudentes. Cállate, mamá, tú nunca entiendes nada. Señor fotógrafo, dijo mi tío consultando su reloj, prepárese para obturar. Diez, nueve, ocho, siete, seis. Jorgito sostenía la pestañita de terciopelo en el dedo, enredada en el escoch. Mi tío miraba fijo el reloj con el índice hacia arriba, como haciendo parar un taxi. Como dirigiendo la orquesta, pensé, y agradecí que se acabara porque la nariz me picaba como nunca. Y uno, y baja el dedo Jorgito, y tomo aire como saliera del viaje submarino más largo. El tío se olvida del reloj, de pasada también de todo lo demás, y se lleva la caja lejos, al cuarto oscuro, donde nadie pueda dar fe a ciencia cierta de lo que hace. Cuando sale soy toda negra sobre el fondo blanco, y me explica que la foto está al revés. No, no te asoleaste hasta chamuscarte, Laurita, tranquila. Se supone que mi tío nos traería la caja una vez más en su próxima visita, sin embargo de ese día sólo nos quedó la foto, el negativo y las bocas abiertas de la impresión.

sábado, 29 de noviembre de 2008

II. Folio 11 - Simulacro de espectroscopía infrarroja no. 1 (noviembre 2008)

To a heartless bastard / From a heartless bitch

1.
Estar así / debería ser delito.
Los que deseamos / nunca sabemos bien qué.

2.
Debería entender que la gente sufriente es / además / gente egoísta / egoista y masoquista / S/A / (con furia) / (a ratos) / (como a sorbos intermitentes).

3.
Hacer un cuento / traducir una canción / abrir el cuento con una línea de la canción / con una cita / lastimarte / seguir así hasta que caigas muerto / seguir así / siempre.

4.
Y yo te espero / siniestra / y tú me miras, foto / y te tengo miedo / : los espejos siempre se quedaron más quietos que tú / fantasmita regodeón.

5.
Y después de todo el ruido / después de todas las imágenes, del frío / el silencio es denso como una imagen borrosa / y las frazadas pierden los contornos / las hilachas / luego las sábanas, el colchón / después mis piernas, mi ombligo / luego yo/ después.

lunes, 3 de noviembre de 2008

II. Folio 10 - Sobre la flacura y la hermosura (agosto 2008)

Pr.
La mujer todavía espera que Ramón la mire y se de cuenta
Mírame y date cuenta, dice a veces.

1.
En estos días pobres
secos, de palabras torcidas,
las imágenes negras viajan en mi aire
como dedos por un bolsillo roto.

Y yo te espero, siniestra
y tú me miras, foto, y te tengo miedo.

2.
Lo que más me gusta de estar flaca
es que escribo muy rápido
y junto a mí la letra se ve elegante.

3.
Lo que más me gusta de estar flaca
es mirarme en el reflejo de la TV y desaparecer.


4.
Y yo me escribo en la cara la palabra cárcel
sin saber mucho por qué,
y la tinta se me desparrama a las comisuras,
a los lados de los labios,
por las cañerías que mi piel dibuja sobre sí misma.

(inconcluso)

miércoles, 29 de octubre de 2008

II. Folio 9 - De la religiosidad y la moda (junio 2008)

Esa vez, la primera que nos vimos después de mucho tiempo, llevaba puesto un vestido verde a rayas. Lo había comprado el día anterior en una tienda de ropa usada, al encontrarlo lo más bonito y triste que nunca había visto en una caja con olor a abuelo. Caminamos un par de cuadras en línea recta y, cuando llegamos a la Recoleta, tiré de tu manga para que dobláramos por una calle, sin obtener mayores resultados. No. Por qué no. No sé, podrían asaltarnos o peor. ¡Bah! No va a pasarnos nada, vamos. Créeme, no. Te propuse que cada quién siguiera por su lado y nos juntáramos frente a la vitrina del almacén de los sombreros que estaba a tres calles, ante lo cual te estiraste todo lo largo que eres y me miraste poco convencido. No supe si querías saber que efectivamente no iría contigo o, muy por el contrario, sólo querías mostrarme que si iba por esa calle nada te haría seguirme. La cosa es que aceptaste, seguiste siempre en línea recta por en frente de la iglesia y yo me quedé mirándote: te vi espantar unas palomas con la punta del pie. Después, en vez de seguir por mi camino, me detuve en el umbral de una puerta y esperé un buen rato, enmarcada como una virgencita en una estampa, imaginándome lo impaciente que estarías. Estarías enojado, de seguro, y los caros sombreros te molestarían más y más conmigo. Cuando te vi venir corriendo pensé que me dirías las cosas más nefastas por estar en esa puerta jugando como una niña cuando tú sentías ese inexplicable miedo a los ladrones. Sin embargo no dijiste nada. Te quedaste viéndome como si me hubieras bajado de un globo y yo, como pude, me enrollé con brazos y piernas, porque no todos los días alguien volvía por mí al umbral de una casa extraña. Fue lo más extraño reconocerme de esa manera, como una trampa, después de tantos meses. Aproveché de enrollarme, con dedos y pelos, a tu cuello lleno de borlas por detrás de las orejas. Las tenías tan heladas que tuve que quitarlas de la boca y taparlas con jirones del vestido verde de líneas blancas, y apretar fuerte mis manos para que nada se me fuera a escapar otra vez entre las arrugas de la tela y tu cabeza.

II. Folio 8 - Llamadas telefónicas (abril 2008)

Cuando hace tanto tiempo M me dijo sobre eso yo no le entendí palabra. Eso se llama despecho, dijo, y te voy a cuidar de él. Cuando cortamos M y yo, de mutuo acuerdo y a través de una llamada telefónica, pensé que el momento en que dijo eso había sido el único en el cual fuimos realmente felices. Llamadas telefónicas sucedieron a esa en varias ocasiones, amistosas, y el despecho de esa pequeña relación se transformó en un luto que se extendió por años. No fue, como hubiera pensado, una sola sensación extremadamente desagradable. Hasta hoy me maravillo de no sentir nada tras esa larga sucesión de emociones opuestas, relativas, superpuestas, distintas todas. Incestuosas, nacidas unas de otras. Incontenibles. A diferencia de esa vez con M, la sensación manifiesta ahora, tanto tiempo más tarde, es sólo de rabia, y el luto se ha convertido en reiterados simulacros de asesinato ante la imposibilidad de enviudar de verdad. Los motivos son diferentes, igual que el personaje y su corte, pero ahí están esas palabras incomprensibles otra vez. Deseos de estrangular el aire constantes, espasmódicos. Recuerdos que se vuelven barrocos, grotescos, absurdos por completo. Cosas dichas y entendidas después, traducidas en felicidades pasadas. La sensación, entonces, se me hace absurda como la sangre que se junta debajo de algunas costras y termina por convertirse en una piedra bajo la cicatriz. Duele, y no precisamente por ser una sensación a flor de piel, sino que por convertirse en un conjunto de ideas que retornan, se acumulan y hacen daño. En mucho tiempo no hubo noche en que no levantara el auricular del teléfono esperando, con tripas y cabeza, que la voz de M al otro lado de la línea intentara explicarme qué había pasado entre una llamada y otra. Podría decirse que, al no necesitar más explicaciones sobre el tema, lo único que persiste entre nosotros es un miedo extraño y el silencio de una punta de la ciudad a la otra.

martes, 28 de octubre de 2008

II. Folio 7 - Las cosas olvidadas (septiembre 2008)



I.
Quiero arreglarme, pero el pintalabios se desparrama por todas partes. Se mueve como con vida propia, se sale de las comisuras y de ahí para toda mi sonrisa, margaritas incluidas. Recuerdo que mamá no se pintaba nunca los labios porque tenía dientes separados. Los labios, decía, son la entrada para todo lo demás; tus dientes son tan lindos, hija, te podrás poner rouge de todos los colores que existan. De todos menos éste, creo, y me limpio las marcas: como Jesús manda, he puesto pintalabios también en la otra mejilla. Cuando Padre se fue, a mi mamá le dijeron que fue porque no se arreglaba nada. La culpa se hizo toda suya y del tonto maquillaje que se negaba a llevar. Nada bueno puede venir con esas armas, hija, y luego iba a tribunales a pedir el dinero que Padre nunca nos dio con los labios colorados apenas, y luego hasta sus separadas paletas sonreían.
De Padre me acuerdo sólo de las mentiras tontas, la mezcla de olor a cigarro y colonia de pino. Me contaron que cuando nací trató por todos los medios de dejar de fumar y no consiguió nada. Nunca supimos de qué murió Padre, y ni mamá ni yo quisimos ir al funeral a preguntar.
Después de un tiempo, y contra todo lo dicho, mamá había decidido que el maquillaje era para las putas y el pintalabios no me venía. Para qué te pones eso, y los agarraba de mi velador para enterrarlos en el patio. Los tiraba a la taza del baño donde giraban dibujando círculos rojos en la cerámica. El maquillaje era a las niñas lo que el alcohol a los hombres; el pintalabios un cuchillo que ensangrentaba los cuellos, las manos y las bocas de hombres y mujeres siempre indignos.


II.
Yo me acuerdo que la última vez que vi a Padre sucedió así. Yo llevaba el pintalabios cereza de mamá y ese vestido verde con rayas blancas que ya de tantos tironeos estaba deformado. Bajo el ruedo de la falda, moretones. En las rodillas arañazos que entibiaban la piel tan pálida en la tarde. Padre se quedó así de sorprendido, pero después me dijo que estaba tan flaca que el vestido parecía de noche. Ese vestido te sienta mejor que el disfraz de gato mojado que te vi la otra vez en el centro. Me viste, sonreí, yo también te vi por ahí en las noticias. Su cara se empobreció de golpe, como si la que hubiera mojado al gato fuera yo. No he salido nunca en las noticias. Que sí, insistí, una vez en lo de los padres piloto. Tosí las últimas palabras al borde del llanto: a Padre debe haberle molestado aún más mi risa cargada de toda esa pintura de labios. Para mí fuiste una casa piloto de serviu, sabes, pequeña, pero para esas cosas eligen a cualquiera. Miro mis zapatos rojos donde sonríen al revés mis piernas amorfas; de mis labios siguieron saliendo muecas extrañas. De mis labios, quizás, habría salido una que otra palabra que lo hiciera sentir en casa, pero no quise. En esos tiempos ambos nos habíamos quebrado más de lo que cualquier pintalabios o camisa a cuadros pudiera esconder.


III.
Padre no tiene perdón de Dios, dijo con convicción, pero ella no lo había visto. No, de haberlo visto tendría la certeza de que ningún dios existe en este barrio.
El sol estaba alto y la luz era tan blanca que hacía parecer a la calle de tierra un desierto. No la pavimentaron hasta años más tarde, y es que éramos tan pobres por ahí que apenas salíamos de las casas a caminar. Los tres íbamos del almacén en dirección a la casa de avenida Roma donde vivían los abuelos; ese había sido su barrio por unos treinta años o más. Habíamos visto pasar por ahí las marchas sindicales y las rondas de milicia. Habíamos visto crecer a niños y árboles, y a Felipe como si fuera un animalito que tarda demasiado en valerse por sí mismo. Él jugaba con la mano libre, dibujaba un espiral sobre los muros de las casas que enmarcaban la calle. Va a salir un perro a comerte el dedo, le decía mi mamá cada cierta cantidad de pasos, te lo va a comer y te va a seguir porque tienes buen sabor. Yo estaba más grande, así que con la mano libre llevaba la bolsa con galletas de champaña para la once. Años más tarde, con la diabetes ya diagnosticada, me pregunté cuanto daño le habrían hecho esas onces al abuelo. Ocupábamos unos junto a otros, mamá siempre al medio, todo el ancho de la dispareja vereda de palos. Mamá le daba leves empujones a Felipe sobre las rejas en las que se salía una mata de ruda. Te va a comer la mano hijo, y ni tu hermana ni yo vamos a poder detener los mordiscos que te va a dar. Yo ya estaba grande, así que cuidaba muy bien de la bolsa y miraba a los lados para que ningún perro fuera a comerse las galletas o a mi hermano.
Cuando mamá recordaba el episodio -que en verdad no recordaba, sino que reconstruía a partir del relato de todos los demás- decía que nadie podría perdonar a Padre ni en un millón de años. Pero ella no había visto nada, como siempre. Cada vez que pasaba algo importante mamá estaba así, de ojos cerrados, boca abajo.


IV.
No es eso: es el vestido y los zapatos, y sobre todo el pintalabios. De alguna forma hay que hacer algo sin enloquecer. Mírame, mamá, el mismo color de las niñas en Paula y no puedo usarlo. Si la micro no se meneara tanto, si fuera seis o siete centímetros más alta. Si existieran sólo los buenos deseos todo sería mejor para mí.

-¿Todavía tienes ese bolso? Debe tener veinte años por lo menos.
-Sí, padre.
-En ese pusiste tus cosas cuando te fuiste de la casa por primera vez, ¿te acuerdas?
-Sí.
-Eras enanísima. Tenías el cabello corto, igual que un niño.
-Llevaba un moño.
-No –enfatizó-, llevabas el cabello corto como un niño, o por lo menos recogido atrás con una trenza. Así siempre te peinaba tu mamá.

Sacó el encendedor y prendió un cigarro. Prendió su sonrisa como un punto de luz anaranjado en la esquina donde nos encontramos. Ya estaba oscuro. A esa hora, de noche, era cómodo hablar porque apenas podíamos vernos las caras. Recuerdo del día del escape el equipaje de mi bolso: una foto vieja que le había robado a mamá y unos calcetines del bebé que me gustaba usar como mitones. Por su cara, supuse que tardaríamos un poco en arreglar el asunto del encuentro casual, así que me senté en el marco de una puerta a revisar que mi maquillaje siguiera en su lugar y Padre me siguió más o menos enseguida. El espejito me mostraba el ir y venir de su cigarro y de sus ojos, levemente iluminados por las luces de la calle.

-¿Cuánto sale?
-¿Perdón?
-Que cuánto sale lo que sea que hagas en esta calle a esta hora.

Me reí de forma sonora, pero en el espejo mi cara seguía perfectamente compuesta. Es grato poder reírse incluso en los momentos en los que no hay de qué hacerlo.

-¡Cómo eres…!
-¿Cómo soy?
-Así…

No supo que decir, pero sabía que era pintalabios, zapatos y vestido, y eso difícilmente cambiaría en las siguientes horas. En sus ojos había desafío, no te atreverías, sin embargo pasé una mano por mi cabello y luego alisé mi falda. Mi otra mano pasó sobre sus hombros endurecidos ante su expresión de desagrado, pruébame. Ahí recordé que el asco era la expresión que mejor le venía a su rostro.

-Sea como sea –proseguí-, no te vas hoy sin pagarme algo de todo lo que me debes.


V.
Recordaba a Padre al ver a Felipe echado sobre su cama, leyendo libros de ciencia ficción. Dependiendo del clima su velador se llenaba de bolsas de té viejas o cuescos de durazno, además de lápices rescatados de la basura del salón de clases. Tenía la manía de acumular cosas inservibles, incluso al punto de convertir cosas útiles en meros adornos con un poco de pegamento. En casa teníamos tres tenedores, tres cucharas, tres cuchillos: todo lo demás estaba pegado en el techo, sobre la cama de mi hermano, formando una aureola de plata y papel de diario. Por la tarde, después del colegio, se encerraba en el cuarto donde mamá guardaba aún las cosas de Padre y esperaba la noche. Después de eso salía con cosas ocultas bajo la cotona para apenas dormir un par de horas. Las tardes de Felipe consistieron siempre en sonreír por alguna cosa escrita en los libros, anotar una línea en el borde de una hoja y mancharse los dedos con tinta de lápiz roto. El no poder hablar parecía excluirnos a mamá y a mí de su día tanto como la pintura de labios y nuestros quehaceres de mujer a él.
Me imagino que mamá también se acordaba de Padre cuando lo veía hacer esas cosas, pero nunca nos dijimos nada. Tampoco ella se lo prohibió porque cuando él estaba molesto golpeaba el muro con el puño izquierdo, igual que Padre, y eso la atemorizaba. Apenas era un niño, se decía, e intentaba ignorar para conservar la poca familia que nos iba quedando.
Cuando escuché el crujir de las hojas, cuando vi sus libros rotos y el papel doblado en formas de animales, pensé lo peor, pero no había forma de convencer a mamá sobre lo aterradora que me resultaba esa visión: Felipe era apenas un niño, el destruir era parte de su limitado lenguaje sin voz.


VI.
Ni tu hermana ni yo vamos a poder detener los mordiscos que te va a dar, hijo, cómo no te das cuenta. Felipe se reía y daba tumbos sobre las rejas con ruda cuidando que entre las hojas hediondas no fuera a haber un perro.
Mamá se quedó en silencio, como siempre había visto sólo lo más elemental de todo el cuadro: ni a Felipe ni a mí nos importaba la señora que acompañaba a Padre en la vereda contraria, ni sus bolsas, ni sus risas. Lo que más nos había llamado la atención, desde nuestros ojos de niño y no-tan-niña, fue ese gesto suyo de intercambiar miradas entre mi hermano y el otro de manera intermitente. Felipe, como extraviado, se adentró con los ojos más y más en la conversación que ambos sostenían; era la única forma que tenía de participar en el diálogo que Padre sostenía con ese niño para ignorarnos. Debía tener más o menos la edad de mi hermano, y su voz era pequeña como la de un pajarito. La boca de Felipe se abrió todo lo que pudo y las manos alrededor de sus mejillas le temblaron por el esfuerzo, pero nada ocurrió. El grito que se esforzó en dar ni mamá, junto a él, pudo oírlo. Podría haberse buscado otro barrio para sacarla a dar una vuelta, dijo, y nos apretó las manos hasta marcar sus uñas en ellas.
Imagino que Felipe vio mucho más allá ese día, pero eso hasta a mí me dejó en silencio. Él se quedó en una mudez peor que la que siempre había tenido, o eso creímos ambas. Yo ya estaba grande, así que cuidé muy bien de no llorar y de que mi hermano hiciera lo mismo: antes ya había perdido el cariño de Padre, igual que mamá, así que sabía que se sentía como morirse un poquito dentro del cuerpo. Pasar a ser una cuchara que, con un poco de pegamento, se convierte en una estrella más de la cúpula plateada.


VII.
Salimos de mi casa con mucho menos apuro del que usamos para entrar. En eso entonces mamá y yo vivíamos en un barrio miserable, y nuestras cosas estaban guardadas en cajas a la espera de un mejor lugar.
Padre pareció impresionarse, pero no hizo más que arrojar el cigarro al piso y seguirme por el pasillo de manchas verdes hacia el interior, y de ahí escaleras arriba hasta llegar al cuarto. Mandé a mamá a casa de mis abuelos, dije antes que todo, me cansa tener que verla esconderse bajo las sábanas en este cuarto tan oscuro.
Al salir, ante el recuerdo de Felipe en la cara de Padre, resultó muy evidente para mí que siempre habíamos andado solas. El barrio parecía aún más triste mirado desde la puerta de la casa, me hacía sentir menos segura sobre esos zapatos y bajo ese maquillaje demasiado exagerado para mi edad. Padre bajó unos peldaños hasta la vereda y me miró desde ahí como quien ve a un barco hundirse. Imagino que cuando huí de casa, con 5 años y ese montón de cosas robadas, debía tener el mismo semblante de andar a la deriva. Caminó rápido, sin voltearse, y me dio lástima su vano intento de esconderse entre la gente. Lo vi hasta que dobló cuatro calles más abajo, y de ahí nunca más. Sentí compasión por la consanguinidad que compartimos y por el desagradable olor a alquitrán que me había dejado encima.


VIII.
Tenía sobre las uñas marcas de sus otras uñas, rasguños en la cara y dentro de los ojos. Fotos de nosotros tres donde Felipe, con pulso perfecto, se había recortado dejando entre ambas sólo una silueta. Una mezcla de esas fotos con otras fotografías familiares más viejas en las que Padre era un niño en blanco y negro. Todas sobre el piso. Los pequeños Felipes recortados, en cambio, estaban en la aureola de plata montados en aves de origami. El Trix del desayuno se le había metido hasta entre los cabellos, en sus manos llenas de saliva, en las orejas. Las grietas en el suelo del dormitorio estaban rellenas de polvo, pelos y cereal. Sangre, pelos, polvo y cereal sobre las cosas que Padre había dejado olvidadas en nuestra casa como a nosotros mismos. La boca de Felipe era un círculo perfecto, como si quisiera emitir un sonido aún sin poder hacerlo.
A Padre no lo vimos, no quisimos ir al funeral, pero siempre me imaginé el mismo escenario para él, poblado por fotografías de Felipe sonriente. Felipito con su máscara de hombre araña en el zoo, saludando desde un caballito de palo, sentado conmigo en la vereda frente a la casa de avenida Roma. Todas las fotos llenas de letras insonoras que dibujaba con la boca, como para hablarse a sí mismo desde la imagen. Pero si apenas es un niño, decía mamá hasta que se quedaba dormida entre las sábanas que de viejas y húmedas eran casi transparentes. Las cosas siguieron en las cajas durante un par de años más. Yo le pintaba una que otra vez los labios con el único rouge que había logrado rescatar de su exterminio, quizás así algún día le volviera el alma al cuerpo. Después de todo siempre habíamos sido las dos solas, usando armas para cuidarnos por más malas que estas fueran.

miércoles, 8 de octubre de 2008

II. Folio 6 - Para no morir de rabia, silencio (julio del 2008)

Al darte ese cedé, que era toda yo, te decía ahí tienes mi música, y en ella secretos. Las gentes como yo ocultan sus secretos en cosas así para no tener que dar explicaciones infinitas; confunden a las cosas con la gente, la gente con las cosas y las cosas con sus secretos. Enrollamos las palabras en otras lenguas y en la lengua de otro, pero con eso decía esta soy toda yo. Tú decías, casi al mismo tiempo, este soy yo y no soy tú. No soy, y lo decías con tanto cuidado que pensé amabas escucharlo salir de tu boca. Lo decías tan encima de mí que creí ser el espejo empañado y temblé. Había tanta convicción en tu rostro que no entendí por qué elegías justo mis momentos así de vulnerables para intentar un eclipse. Advertía esos asuntos como quien contempla un retardo, pensaba en esa como tu torpe forma de decirme cuánto nos parecíamos. Pienso eso de buena fe, porque en el fondo creo que ese circo tenía por único fin saberte más astuto que yo con herramientas obtusas. Y yo te ponía todas las canciones de Air que yo amaba, incluso esa, y tú decías que nada era como tu Janis Joplin. Entonces me tenía que conformar con tus manos distraídas sobre la panza y mi música vacía; y mi música prefabricada en tus comentarios de mierda sintiéndose menos que un eco. Después acababas y decías que yo tenía toda la culpa, yo y mi música calentona. Y pensaba, para mis adentros, que nadie más que tú podía calentarse con semejante pedazo de plástico que entre nosotros sólo servía de espejo. Mi música, despojada de toda yo y mis secretos, toda sucia en tu boca, se volvía la banda sonora de un motel parejero de los sesenta. Te engrupías a la Joplin y mis canciones, todas sueltas, se perdieron más que yo misma en ese silencio fotográfico que ojalá guardaras.

jueves, 11 de septiembre de 2008

II. Folio 5 - Mar de Japón (junio 2008)

Siempre te creí tan al revés por tu afinidad con las cosas del Japón. No es que diga que oriente está todo patas arriba (que lo está, pero no es eso lo que quise decir), sino que siempre he sentido extraña simpatía hacia los chinos y abierto desagrado por los japoneses. Los chinos, amiga, tienen en lugar de erre, ele en sus sonidos. En japonés, al contrario, todas las eles son transformadas en erres. O la una o la otra; mar de Corea o mar de Japón, porque todos los asiáticos, incluidos los coreanos de ambos lados, odian a los japoneses y les tienen sangre en el ojo. Que a unos les quitaron esto, que a otros le impusieron aquello: un culebrón el asunto. Tú dices que es envidia, pero me concedes que el papel es chino y la homosexualidad ritual japonesa. A veces creo que eso es lo que más te gusta de allá, la capacidad inmejorable de lo fifí. Entre más gay, más seguidoras tiene el cantante de turno. Ojalá se saque fotos de dudosa curiosidad con artistas menores para impulsarles la carrera, quiera DIOS que se saque fotos así con otros igual de importantes por el bien de toda la humanidad. Una vez tenté suerte y te dije que era gay, y hasta me lo creí para ver qué pasaba. Entre nosotros obviamente nada, pero descubrí que no me gustan los soplidos en el cuello más que los de tu nariz cuando me das besos bajo las orejas. ¡Cuánto te gusta hacer eso, oye! Me acuerdo de cuando pediste permiso para saludarme así. ¿Puedo darte besos aquí? Y la punta de tu dedo me dio escalofríos que me corrieron hasta el estómago. Luego pegaste tu boca en ese lugar y dijiste que estar sola iba a volverte loca. Pensé, muy honestamente, que si no conseguías a alguien el que se iba a volver loco era yo. Después comimos un par de galletas rancias que tenía bajo la almohada y nos sentamos en el piso, con la espalda apoyada en la cama, a ver videos viejos en un VHS.

II. Folio 4 - Las cartas (mayo 2008)

Es justo explicarte por qué estoy a estas horas sentada escribiendo simplemente porque así lo he decidido. Hace tiempo que sé que lo justo, en mi caso, se construye a base de puras convicciones. En parte, me parece razonable hacerlo en vista de que parecemos hacer lo mismo: computador, madrugada, frases borroneadas, frases salidas de las teclas, salidas de las manos con el empujón de alguna cosa que a esta hora ya no es alma. Hasta aquí no hay novedad, por eso sale fácil decirlo. Es posible, eso sí, que pase lo contrario a lo esperado, que bajo la sombra de lo que tú haces lo que hago se vuelva incomprensible. Decírtelo era lo justo, el entenderlo va de tu parte. Escribo algo, no sé si es novela u otra cosa. Lo hago ahora porque de lo contrario las ideas simplemente no me dejarían dormir hasta la mañana. Desde que las horas vuelven al día gris, me siento aquí, desarmándome. Ambos, entre uno que otro empujón, hemos levantado la cabeza para pedirnos alguna explicación a esta hora; desiertos de paseo dominical, tiempos muertos. En esta hora, que de gris se volvió la más negra, las ideas son como pozos que en algún punto se me vuelven lo más ajenas que pueden. Vagar en esos pozos es como andar en la panza de una bestia. Las hojas, de pura luz (y no es una metáfora, es que en verdad son de luz y me da una paja enorme llamarlas sólo hojas) serán un prado, pero con las letras se vuelven una especie de bosque porno clase B. No son un claro para cazar, verás, sino letras hechas de luces blancas y luces negras. Tu novela será para que corra la tinta, para que Vila-Matas la guarde en su santo reino. La mía, en cambio, es todo lo vaga que te puedas imaginar; la quiero para que me deje de zarandear un rato. Terminé por entender, de este modo, que mis ideas acaban largas y deformes como los túneles que una lombriz deja intactos para Dios. Supongo que de ser justa esta labor para mí, te escribiría una carta contándote que encontré una canción como quien encuentra un billete en el delantal de cocina. Escribiría escuchar esta canción me está calando hasta los huesos. Hace tiempo sé también que lo justo no siempre es igual para todos. Escribir para mí es, a fin de cuentas, mucho más perder el tiempo que otra cosa. De haber algo de justicia en esto, no escribiría tantas cartas imaginarias.

De no escribir tanto párrafo sangrante, tampoco habrían de los irónicos y los dolidos, y esos me encantan. Pese a todo, mi escritura se ha vuelto tan autoinmune como la gente. No importa a qué personaje juegues, aquí eres uno que siempre está perdido. A ratos vuelve a sonar esa canción y vuelvo a temblar hasta las vísceras, y me conmueve no poder querer a esa canción más que a algunas personas. Restos de mi afán por hacer de las cosas personas y viceversa. Es posible que leyendo a Bertoni me quede unos momentos en su piel, pero ten por seguro que leerme no te va a conducir a nada bueno. Bertoni no va a quererte ni un ápice de lo mucho que yo sí lo hice en mis propios huesos. Escribí en tu boca, incluso, que cuando quise el amor de las personas sólo recibí el de los poetas. Espero que eso te pase fuera de mis cuentos para así sentirme profética y sincrónica, y desquitarme un poco de esa extraña sonrisa que siempre tienes.

Lo que más me gusta del que eres ahora en mis cuentos es que te dices a ti mismo las cosas que me decías antes, y parecen dolerte igual que a mí. Si fueras vieja, te invitaría incesantes tecitos cocorocos en el Coppelia hasta que te soltaras tus títulos, me descosieras tus cuentos, y derribaras para mí esas oraciones absurdas, y sonrientes cuando te las tiraras sobre las mesitas plateadas. A mí no se me da la escritura igual que a alguien no le da el largo de las mangas de un chaleco. Digamos que no se me da tu manera de escribir. Escribías sobre perros y nunca fuimos amigos íntimos porque a mí no me da pena pegarle a los perros. Les temo, ellos me ladran: les doy patadas de consuelo como si ya no hubiera mañana. Supongo que de no sentir los deseos de pegarte un puntapié también, te escribiría otra carta larga con dibujos de mis perros heridos en combate. Por tu parte, no llegaste a escribirme ni tu nombre en un papel. Siempre creí, eso sí, que tenías una letra tan horrible como la del computador. Quizás las teclas eran extensiones de tus dedos y por ellos también pasaba corriente, lo que explicaría el por qué del dolor de panza que me daba cuando decías tanta estupidez junta. Tendré que conformarme con tus excusas, que cargo encima como medallas, y las cicatrices que se me vuelven a ratos bertonis largos y bertonis cortos. Pedazos de piel sacados de un lugar y vueltos a pegar en otro.

jueves, 4 de septiembre de 2008

II. Folio 3 - De otro planeta (apunte para la novela, abril 2008)

1.
-¿Y aquí?

Y su dedo presionaba el mentón, y sus ojos miraban hacia arriba distraídos como dos escarabajos, y la punta del índice de a poco se le ponía tan roja como el hoyuelo que dios le había hecho en la barbilla. Estaba aplastándolo.

-Aquí la cara se te contraería, porque la mandíbula se partiría en dos y el ángulo que tienes ahora así, tan gracioso hacia fuera, se te haría hacia adentro con los dientes quebrados. Quizás, si no se detuviera ahí, golpearía también tu paladar, contrayéndote la cara entera hacia adentro como si fuera una anti-cara: como si quisieras mirarte el interior de la nariz al cerrar los ojos.

Ella sonrió. Le gustaba cuando los signos apuntaban a que todo saldría bien. Se quitó el vestido a rayas para tenderse sobre la alfombra. Entre que hizo esto y se levantó por más café, hicieron el amor dos veces. En parte él miraba como dormía, en parte fundía los colores como si ella y el piso fueran una sola cosa. El estómago subía y bajaba muy lento, como a destiempo. Las luces seguían apagadas y las ventanas abiertas. De la calle, la noche se reflejaba en pequeñas luces sobre los brazos y el estómago, borrándolos. Los calzones brillaban más, al punto de iluminar la habitación. Satín rosa. Se preguntó en qué estaría pensando al vestir una cosa tan infantil. En el espacio de dos horas, hizo cuatro veces el amor consigo mismo. Se levantó a tomar café, pero en la tetera ya no quedaba ni media taza de agua hervida. Al entreabrir los ojos, a ella le pareció estar con el italiano. No, se corrigió, es Facundo que se ha revuelto el pelo y parece venido a la conquista de otro planeta. Le preguntó cuánto había dormido, pero él no supo qué responder. Preguntó al aire cómo es que se le ocurrió ponerse los calzones y no los sostenes. Él pudo haber sonreído, pero no dijo nada. Le contó, en cambio, que durmió muy mal debido a que tomó más café del presupuestado, pero que agradecía su ocurrencia de calzones y no de sostenes. Si hubieras dormido sólo con sostenes, dijo, de la risa no habría podido tomar café.

-Si hubieras dormido sólo con sostenes, no habrías dormido.

Se rieron los dos, aunque no sé si llegó a decirlo en voz alta. De las seis veces de la noche, para Facundo sólo dos fueron presenciales y las demás teóricas. Ella, en cambio, de las dos tuvo siete con Facundo y una con el italiano, que siempre se reservaba la mañana. Nunca sus talentos fueron matemáticos. Se acordaba de que, cuando era niña, su madre le dibujaba redondas manzanas rojas en tarjetas de cartón con la vaga esperanza de que aprendiera la lección. La cicatriz que tenía en el pie derecho le recordaba que no se está seguro en esta vida hasta que se aprende a dividir. Cada vez que la veía, los años desaparecían de golpe, como si fueran espacio.

El la miraba de reojo y de costado. Fijos los ojos en la cicatriz del pie con ambas tazas de café en la mano, como si fuera una equilibrista porno. Se le ocurrió que era la cosa más extraña que hubiera visto alguna vez: estaba ahí únicamente en calzones de satín, los que usaría una niña, sosteniendo dos tazas de café en silencio. Calzones que refulgen, dijo, pero pensó que de tanto brillo le estaban quemando los ojos. Le dieron ganas de escribir alguna cosa más que sea sobre el asunto, pero 1. Sintió cansancio de levantarse por papel y lápiz 2. Le daba pena dejar de mirarla con ojos llenos que se sentían rebalsar. Ella esperó un par de minutos más con los ojos fijos en el piso. El frío de las baldosas de la cocina le causaba escozor en la planta de los pies. Él intentó anotar algo sin buenos resultados. Terminó por desistir y tarjar toda la oración con una sola línea que se tambaleaba.

lunes, 1 de septiembre de 2008

II. Folio 2 - Malos recuerdos (escritos de apoyo a Malos deseos, abril 2008)

1. Dejar en cama las zapatillas rojas de cordones blancos desatados, que corren más rápido, más lejos que las micros verdes. Las clausuras del cuerpo, las cláusulas del cerebro. Los ojos hinchados, los dedos de espinas; los silencios dolorosos, las manos dormidas. Los párpados en el agua y las burbujas que te hacen cosquillas en las margaritas. La picazón en la lengua y la saliva dulce al borde de rebalsar las tacitas que son las comisuras de los labios.
Todo lo demás puede levantarse perfectamente.


2. En el piso, en el cuerpo, las huellas del baile. Las avenidas, Lo, son como las vías del tren: neo-vías llenas de trenes sincrónicos que no duermen nunca. Cada tren corta en pedazos al aire y lo que haya llevado por él. Serpientes de fuego, de lluvia, vapor y velocidad. Las manchas en el piso son las de un baile que ellas no pueden ni dejan bailar.


3. Mi cama dorada: mi cama como una cerca electrificada. Y yo aquí horizontal, deseándote, Y tú difusa, y tú extendida y borrosa sobre todo ese pavimento.


4.
Si fuera casa
llevaría la fiesta por fuera y la miseria por dentro.


5. Letters We Never Sent

"Contenido de mi maleta: The complete poems of C.P. Cavafy, un pijama y las cuatro últimas cartas de B"
No entiendo que Bertoni pueda salir sólo con las cuatro últimas cartas. Yo salía con todos tus recuerdos a cuestas, a falta quizás de las cartas entre nosotros. De tanto leer su libro, B se me confundía hasta el cansancio con TU; después me gustó mucho más B. Si te inquieta, pienso que como yo me quedé con B, puede ser y es probable que Bertoni se haya ido contigo. Si tuviera cartas tuyas, habría salido con el fajo entero atado con elástico de calzón: con una cinta de satín rosa acabada en una corbatita perfecta. Yo habría respondido cada una de esas cartas, y ahora tendrías empapelado el muro en el que apoyas la cama con ellas. Sin mirarlas, por supuesto: no soy para nada tonta. Se me figura que esa idea te habría hecho gracia y las tendrías junto a tus recortes, tu Diógenes y tus fotos de Thelonius Monk. Esa pieza debe tener sumados como-mil-quinientos-treinta años de tierra encima. Cuando la muralla quiera apoyar la frente en el piso, los gusanos gordos entre los ladrillos se verán más jóvenes que tú y todas tus cosas. Por lo demás, ese día voy a estar contenta de dedicarte el pie de apertura en alguna de las muchas cartas que les envío a mis amigos por correo.

jueves, 21 de agosto de 2008

II. Folio 1 - Malos deseos (abril del 2008)

I.
Nada más satisfactorio
que dejar con las ganas.


IV.
Nada más rico
que irme antes de once
dejándote con la tetera puesta

IV.1
(nada más rico
que dejarte con la tetera puesta,
en todo caso).


II.
Cuello, clavículas, diafragma, panza
la nariz dice
que hay repeticiones que aburren,
pero algunas nunca nos cansan.


III.
Bajo todas las capas de ropa
la última.

Bajo las capas de ropa
el último disfraz.

Bajo las capas de ropa
dedos que se entierran
en las costillas y la boca.


VIII.
Me gustaría esperarte
tomándome una bebida así de grande
tarareando canciones así de rancias
para decirte que mis canciones
siempre fueron más largas y más duras.


IX.
Yo soy de esas que
en palabras de Fuguet
calientan el agua y no se toman el té.


V. (mala)
Te busco por la ventana
entre toda la gente del centro
únicamente para hacerte un desprecio.


VI.
Nada más divertido que verte andar así,
con la columna rota.


VII.
Supongo que lo hice
sólo porque pediste que no lo hiciera.

Al menos barroco
lo más barroco que hay.


X.
Te voy a romper las casualidades
para que me veas no verte.

Me vas a querer sin ganas
con guatita doliente y enferma.






II. El cuaderno de los malos deseos

El cuaderno de los malos deseos fue bautizado como tal el día 4 de junio del presente año, a las 01:00 horas. Su objetivo, a diferencia del de su antecesor, es especializarse en la recolección de líneas sueltas e ideas escritas en serie a modo de corriente de pensamiento. Quizás por esto último, su filiación es mucho mayor con la poesía que el Cuaderno de los recuerdos desgarbados, sin embargo también podremos ver entre sus escritos una operación inversa similar: mientras el Primer cuaderno evidencia un cambio de la narrativa a la poesía, el segundo es una vuelta al cuento breve a partir del verso.

Los textos seleccionados están comprendidos entre abril y agosto del 2008, sumándose fechas en la medida que se agregan escritos a las páginas actualmente en blanco. El cuaderno fue titulado anteriormente a su composición (en actual ejercicio), con el fin de preceder a la serie de poemas que lo abren. Por esta causa es probable que el título no responda al carácter de todos los textos inscritos en él: el concepto es el puntapié inicial, por lo cual no debería estorbar en la medida que estos escritos son comprendidos como una progresión en el tiempo.

martes, 29 de julio de 2008

I. Folio 15 - Sobre los libros (no fechados)

1. 
El viejo era historiador. Tenía, entre las rumas de papeles amarillentos sobre el escritorio, una colección de fotos viejas salidas quién sabe de dónde. Las había comprado a los anticuarios; sacado de las  sábanas de todas las viudas de sus amigos de infancia, a las cuales visitaba con asiduidad. Había llegado a confundir, incluso, su adicción por las fotos con una incipiente adicción por las viudas: como todo historiador, amaba las cosas añejas. Las fotos las guardaba en grupos de 20, atadas con elástico como si fueran tarjetas de colección. A la derecha conservaba las recién traídas, "mis lolas"como les decía. Las limpiaba con acetona cuidando no quitar de ellas algo más que el polvo. Usaba eso y no otra cosa por el leve olor a peluquería que se les quedaba pegado en los bordes. La izquierda, en cambio, estaba llena de las que ya tenían el tratamiento completo. Esas esperaban nomás. A veces tomaba una que otra, la de un muchacho, y garabateaba sobre su rostro labios pintados y mejillas ruborizadas con pluma y tinta roja.

2.
-Si la novela fuera así, estaríamos uno a cada lado de la calle.
-¿Tú crees?
-Obvio. No es gratis la picazón que me da.
-Claro que nos da.
-¿Y qué vas a hacer?
-¿Sobre la novela?
-No, sobre la existencia de la marsopa.
-No sé... las novelas no se escriben solas.
-Deberías escribirla sobre ti y dejarte de imbecilidades: la quieres escribir sobre esa porque en ella puedes leerte a ti mismo.

Se quedaron callados. Él se rascó la rodilla derecha y gruñó molesto.

-Sería escribir sobre un tipo que ama a una tipa que nunca estuvo, entonces.
-Que no existe.
-¿Cómo?
-No existe. ESA-NO-EXISTE.
-Como quieras.

3.
-¡Es terrible!
-¿Qué?
-Cuando se te apoyan tipos dormidos en la micro. Nunca son como en los comerciales, galanes que huelen las axilas de las rucias Nivea.
-Será que si eres linda atraes gente linda.
-No sé, pero si van leyendo algo me cobro la siesta y les robo de un tirón el libro.

viernes, 11 de julio de 2008

I. Folio 14 - Carta sin numerar acerca de la novela (febrero del 2008)

El día que te escribí eso, mal día, estaba bastante extrañada por el tono de nuestras conversaciones. Mentiría si dijera, o incluso si escribiera, que sentí un poco de lástima por eso. Extraño en vista de que sabía que serían las últimas. Fue más un alivio hipocondríaco lo que sentía. Supongo que se llora al perro cuando se muere de sopetón, por sorpresa, y no cuando lleva un par de años haciéndolo.

Yo estaba ahí, entre V y la vieja loca. También estabas tú, Agustín, dando vueltas en el vidrio como un fantasma.

El señor V sólo tenía que estirar el brazo y enredarse los dedos con mi pelo negro. Estaba ahí, pero no lo hizo, y sin embargo no paraba de abrir y cerrar la boca deseando hacerlo. Hacía grandes esfuerzos para mantener su vista en otra cosa que no fuera mi pelo. Sus dedos no paraban de golpear el cuarto asiento, vacío a su lado. Tipo raro V. La vieja no se calló en todo el camino. Se bajó un paradero tarde, enchuchada, perdiéndose por alguna esquina. Tras cada puerta, decía la vieja, tenía colgada una estampita del padre Pío. Nunca se sabe, niño, cuando haya que pedir refuerzos. Los dedos de V golpeaban el asiento junto a él una y otra vez, como estacas. Sus ojos giraron hacia la ventana, mi pelo, la cara de la vieja, mi pelo una vez más. Le dije vieja loca, y la voz me salió muy clara entre los dientes apretados. V se remeció apenas. Ya veo, dijo. Se dibujó en su boca una mueca de desagrado. Tras cada puerta, seguía la vieja, agarradas con un alfiler de cabeza de perla roja. Así con las estampitas de 1993. Ajusté mis audífonos, amigo, y tú sigues perdido en mi reflejo atrapado en la ventana. We hug the same plank, Agustín, but The waves suck you in, and you drown: yo voy a casa, y me resulta indispensable seguir oyendo a esa vieja mezclada contigo, con el ruido del motor.

Cuando la calle se elevaba sobre la autopista la vista del cemento desnudo me pareció algo bonito. Quizás lo que me gusta es la altura. Más que probablemente extraño el camino que conduce a tu barrio. Debo echar de menos la rabia que sentía subiéndome a esa micro de mierda. A diario pasaba cerca de tu casa, rozando el muro en el que está apoyada tu cama, y guardaba silencio. A veces caminaba por muchas cuadras hasta perder por algún motivo mi boca cerrada. Un par de veces, estoy segura, te comenté algo sobre todo esto. Como siempre, dijiste una cosa nada apropiada. A veces, cuando en la caletera habían muchos autos, la micro abría las puertas justo en la esquina de tu calle y yo entraba en ella como quien se pasea por una cuerda floja. Atroces veces. No sé por qué el cemento me pareció brillante entonces, if you'd just stay down with me I'll swim way down with you.

Letra detestable.

Cuando te conocí ya no eras gente, Agustín, igual que esa vieja. Ella es apenas y a medias un personaje mal herido, pero no le escribiría una carta como ésta. No le escribiría una novela tampoco, amigo, así que no te sientas desplazado. Tú te ahogas, yo te veo en esos remolinos. Cada uno tiene su función. El reflejo en la ventana tenía esa belleza que de linda duele mirarla. Supongo que V aprovechó el momento para observar con descaro todo el largo de mi pelo sobre los hombros. Te ahogaste entre el negativo de las cosas, en las calles que se borronean de acuerdo a la velocidad del bus. La vieja se tragaba las líneas del piso con las piernas, hecha un insecto en la vereda. V arqueaba una ceja, creyendo que así me daría la certeza de que eso entre nosotros fue amor a primera vista.

domingo, 6 de julio de 2008

I. Folio 13 - Apuntes sobre asuntos marginales (diciembre del 2007)

1.
Yo no era partidaria de que cambiaran el uniforme. Cuando se usaba jumper, las niñitas necesitaban de alguien que les subiera y les bajara el cierre, alguien que cuidara de que su pelo no se atascara en él y que les diera palmadas en el hombro después. Ya puedes irte, hija. Necesitaban a alguien más, no se mandaban solas como ahora. Agrandadas. La falda, que hasta más fea se les ve, ha dado para tanto. Como es obvio, no sólo en eso iban a quedarse las niñas: en una falda a cuadrillé sin ninguna gracia. C comenzó por dejarse la blusa afuera y terminó por embarazarse, y entre una cosa y la otra se hizo llamar Kowi por todos. Como sí fuera bueno que ellas mismas se eligieran el nombre, o necesitaran un apodo para ser alguien en la vida.

La rebeldía de síntomas y efectos como éste hicieron que a la falda se sumara una polera cuyo cuello emula a una blusa mal arreglada.


2.
Ocurrió que esa había sido la tarde de más calor del año y la gente, cuya piel siempre arde, salió a la calle en busca de viento. Inexistente viento, vale decir. Más que probable, en busca de caras conocidas que compartieran su sudor. La vista desde ese asiento de la micro consistía en un 50% de color verde paco, 1% de amarillo grifo y 49% de marrón guata pelada y tierra de esquina. Este último color le saltaba a los ojos como un plano, como si todo lo que no fuera carabinero se transformara en una misma cosa en la que éstos flotaban. Sobre el pavimento una charca. Una película de agua estancada que apenas se movía con uno que otro dedo del pie que la agitaba desde la orilla. Las patrullas estacionadas a lo ancho de Pérez, y las micros en fila india esperando algo.


3.
Salimos de ‘el piso’. Aire rancio dentro y fuera de todas partes. El calor de la ciudad se mete por los poros de la Malena empujándole el maquillaje, dejando su cara con una expresión de derretida molestia. Malena: mal nombre para ella. Suena tan ridículo que se haya puesto así. Me acuerdo de la Malena de la Bellucci. Esa sí que era Malena. El plumón me ensucia las manos sobremanera.


4.
- Tu mamá no cocinaba de estas comidas ¿verdad? Verás, los niños aprenden a comer viendo a sus papitos hacerlo. Por culpa de ella son ustedes tan mañosos...
- José come de todo.
- Por eso son así de mañosos, sí. No tienen costumbres.
- Mejor no tener la costumbre a no tener modales.


5.
Estaba en el basurero municipal. El forense dijo que, por su cara plana, intuía el choque directo con un objeto contundente de grandes dimensiones. Tenía tapadas las piernas con suma delicadeza; con hojas de periódico sin fotografías. Avisos económicos, clasificados, obituarios sobre todo. El pecho, por el contrario, estaba desnudo. Los brazos abiertos a todo su largo como marco, como las aspas de un molino que ha sido derribado por el viento. El pezón se erguía solo a la derecha, endurecido y a la espera. El otro, pensó, debe haberse quedado entre los labios de alguien. Ya era vano buscar saliva en un pecho que evidentemente había sido deteriorado por el clima y las moscas. La lluvia era ácida en esa comuna, y hacía pozas donde el azufre les delineaba los contornos.


6.
En cada puerta, según la abuela, había colgada una estampita del padre Pío. Nunca se sabe, niño, cuando haya que pedir refuerzos. Los dedos de V golpean el asiento vacío junto a él. Sus ojos giran. Vieja loca, se le escapa a la del lado. Un sudor frío le corre a V por el cuello. Ya veo, dice. Piensa en que todas las bocas huelen tan mal. Tras cada puerta, agarradas con un alfiler de cabeza de perla roja. Debe ser que tiene los dientes podridos de tanta cerveza. Respiran hondo. El sonido en los audífonos de la del lado se incrementa, mezclándose con el motor y las voces. Su cara se pierde en el reflejo de la ventana.

miércoles, 25 de junio de 2008

I. Folio 12 - Sobre las termitas (enero del 2008)

1.
V se levanta al baño, que es también el resto de la casa. Los maestros habían comenzado por quitar los delgados muros que separaban a una habitación de la otra; muros que, tras varias generaciones de insectos, no eran más gruesos que el papel mural sobre ellos. La tierra había comenzado a meterse debajo de la puerta, por el gran hoyo del techo: por todas partes.

2.
Pasa el dedo índice por cada hoyo. Son muy pequeños y en conjunto forman una textura.

-¿Y eso?
-No sé. Espero no sean chinches.
-Ya veo.
-Termitas: la casa de mis padres se cayó a pedazos por su culpa. Dios, espero que no sean termitas.
-Lamentable.
-Ni los contornos quedaron. Nada.

Volvió a repasar cada una de las marcas en la madera con rapidez; con un apuro inusitado.

-Hasta los marcos de las ventanas se comieron. Desgraciadas.

Con los dedos estirados, una y otra vez. Intercalando miradas entre el muro blando y su interlocutor.

domingo, 22 de junio de 2008

I. Folio 11 - A la deriva (comprendidos entre octubre del 2007 y febrero del 2008)

1.
No voy a encontrar a alguien más parecido a él que ese. Está tirado en el pasto con el mismo descuido; con el mismo pelo revuelto, lleno de pelusas, cayéndole sobre los ojos. Él dijo que le gustaban mis zapatillas, eso siempre es buena señal.

2.
Argumento: ella va a esperarlo a un lugar deshabitado, eriazo por completo. Faltan unos minutos para que él llegue; ella debe hacer hora. Entra en un supermercado en el que la música es aséptica. Entra en un pasillo donde las baldosas son impersonales. Escoge un estante genérico; demora varios minutos en decidir qué es lo que va a llevar finalmente. Mata el tiempo. Se convence de que no debe pensar en cosas tan nefastas. Llega al lugar de la cita con doce minutos de retraso. Él no está. En esa banca los segundos le parecen horas. Sus dedos ya no se mueven como antes, el frío se cuela entre ellos y comienza a congelarlos. Ella se convierte en un personaje al borde del siga participando.

3.
Entre las fotos grises,
entre todas esas fotos grises,
estoy yo.

4.
Estaba sobre la silla, en las puntitas de los pies. Descolgaba ese feo fierro con apretadores que antes hacía de portafotos, pero que desde hace tiempo estaba inevitablemente vacío y camino al entretecho. Nunca encontró fotos como esas fotos para reemplazarlas en los sujetadores. Vacío, el fierro le parecía chistoso. Podía parecer una escultura moderna, pero no armonizaba con el resto de la pieza y no era bonito en esas condiciones. No, no lo era. Era más bien feo, como ya dije antes.

5.
En la esquina de Portales con Carmen hay una casa completamente rosada. Sus habitantes, de naturaleza desconocida, la pintaron hace un tiempo y colocaron en sus ventanas cortinas blancas salpicadas de pequeñas florcitas fucsias. Flores entrelazadas como los pequeños alvéolos de un par de pulmones. Por lo general nadie habita esa casa. Los rosales e hibiscos en flor de la vereda no son regados por una buena mujer de delantal colorado que hornea pasteles. Tampoco un hombre de mejillas sonrosadas saluda socarrona y tímidamente a los vecinos mientras limpia las canaletas llenas de plumas de flamencos; plumas que se acumulan en los tejados altos sobre todo al acercarse el verano. Ninguno de esos personajes está ahí presente. La casa, por si sola, da vida a esos individuos imaginarios en la insuficiencia de transformarse ella misma en un personaje verosímil.

[Claudio dice:
Una casa rosada que no está ni ahí con las otras casas y señoras tontas que le dicen cosas feas!]

6.
Siempre me imagino que el amar tanto a los pingüinos algún día va a matarnos.

7.
¡Con el nombre que me puso! No entiendo como pensó que podría casarme alguna vez con esa horrible forma en la que me llamó. Que no se queje ahora, la muy zorra. Sabía perfectamente lo que hacía cuando me puso así. Sabía que yo, y mis gatos, y mis revistas de papel couché íbamos a quedarnos enterrados en este basurero. Que no se queje. Sólo por mí no está pudriéndose entre las cajas de recortes de diarios y fotografías apolilladas. Qué se cree.

sábado, 21 de junio de 2008

I. Folio 10 - Apuntes sobre Lautaro (septiembre del 2007)

1.
En el centro del cementerio, un árbol sobre una tumba. Tiene más de 25 metros; lo midió un helicóptero, dicen.

- ¡Qué grande el árbol, papá!
- Era buen abono el viejo.

Miran la loza destruída, ahora igual a un volcán. P. nacido en 1880, muerto en 1904. Hermano, hijo, amigo. Que Dios lo tenga en su santa gloria.

Muerto en medio de la estación de más calor. Se le echa de menos.


2.
Tambien en el cementerio, un hoyo en la tierra. De ese hoyo, no muy profundo, sale un chorro de agua que forma un canal en medio de los patios 3 y 4.

- ¿Otro pozo más?
- Sí. Dicen que el terreno se esta hundiendo de a poquito.
- A este paso van a tener que echar a los muertos con snorkel.

En medio de la estacion de mas calor hay agua, pero a nadie le hace falta.

[copia de Enrique Lihn:
...
Mírese bien, es Ud. ese hombre
que remienda su única camisa
llorando secamente en la penumbra.
Viene de la estación, se ha ido alguien,
pero no era el amor, sólo una enferma
de cierta edad, sin hijos, decidida a olvidarlo
en el momento mismo de ponerse en marcha.
Ud. se pone en su lugar. No sufre.
¿Eso era el amor? Y bien, sí, era eso.
Tranquilo. Una mujer de cierta edad. Tranquilo
Mírela bien. ¿Quién era? Ya no la reconoce,
es ella, la que odia sus calcetines rotos,
la que le exige y le rechaza un hijo,
la que fInge dormir cuando Ud. Ilega a casa,
la que le espanta el sueño para pedirle cuentas,
la que se ríe de sus libros viejos,
la que le sirve un plato vacío, con sarcasmo,
la que amenaza con entrar de monja,
la que se eclipsa al fin entre la muchedumbre.]


3.
Dos gatos en ese restaurante con olor a sudor, como si en lugar de té en las bolsitas de papel hubieran uñas y pelos. Las niñas a las que aprieta la guatita estar así tan alto en el balcón los miran ¿Pero qué guatitas? Son todas guatas sueltas de provincianas en altura, estiradas desde el ombligo en cada arco de la espalda, dentro de cada palabra sumergida como bolsita de té en el agua hirviendo. Los gatos ahí, de colores, las miran de vuelta. El gato rosa le dice al gato verde ‘miau’ y dibuja un ‘soy yo’ con los labios. El gato verde se ríe de la forma en que cualquier gato lo hace.


4.
El teléfono suena del otro lado de la calle ¿Es que siempre funciona todo en este pueblo de mierda? Tiene luz amarilla. Levanto el auricular. Una respiración obstruída de una punta a otra del cable.

- Ya voy -digo.

Y cuelgo.


5.
[citando a Jose:
preferimos estar desdichadas porque la felicidad nos parece superficial, y de muy mal gusto.]

- Tu vida aborda una temática habitual en las manifestaciones artístico-culturales en Chile: la crisis del guacho.

- Ya para ¿Quieres?


6.
Yo siempre pienso que papito dios debería de haberme hecho rucia.


7.
[copia de Bolaño:
B sueña con el desierto, con la cara de X: no tarda en darse cuenta de que son lo mismo. No tarda tampoco en darse cuenta de que está perdido en el desierto.]

B sueña con un oasis, con la cara de X: no tarda en darse cuenta que aquello con lo que sueña no es un oasis, sino un desierto al que él se ha empeñado en añadir palmeras y agua.


8.
[copia de Alejandra Pizarnik:

De música la lluvia
De silencio los años
Que pasan una noche
Mi cuerpo nunca más
Podrá recordarse.]

viernes, 20 de junio de 2008

I. Folio 9b - Composiciones superlight, segunda parte (comprendidos entre enero y abril del 2008)

Pr.
[/artistardilla]

Yo brillo cuando me sacas fotos.



I.
A /writingwriter

Hay pocos más fletos
que los japoneses:
esos son los europeos.


II.
A /writingwriter

La niñita Kancho besa al niño Kancho
y se pone roja,
él también se pone rojo,
y esos son todos sus colores

no los colores prestados
que andan allá por otros lados.


III.
A /writingwriter

yo puedo hacer
de mi lengua un tubito
:P
(lenguatubito)


IV.
A /writingwriter

Tú sabes
que me fascinan los
pintores romanos,
peces dorados

Quiero quitarte el abrigo lleno de gotitas
para colgarlo en nuestro perchero victoriano.


V.
A /writingwriter

Verás, mamá,
aunque quisiera
no puedo dejar de recogerlas.


VI.
A /writingwriter
(y a Masafumi Gotō)

Todo el mundo debería tener
enanos bailarines
e inevitablemente ser
indie, chino,
moreno y flaco.



VII.
A /writingwriter

Un día iremos a la playa
y en la arena
dibujaremos palabras grandes como planetas.


VIII.
A /writingwriter

Deberíamos tener
uno de esos baldes chic
de kikkoman
para traernos un pedazo del mar.

I. Folio 9a - Composiciones superlight, primera parte (comprendidos entre agosto y diciembre del 2007)

Pr.
[/artistardilla]

Yo siempre me acuerdo
aunque de pena.



I.
A /_loleando

¡Qué añoranza que me da tu dibujo!
Me acuerdo de cuando yo era estudiante
De dibujo
Y todo aún me sorprendía.
En la sala oscura
mirando a la Carola,
la Sofía, la Pamela;
Sacándoles el cuerpo cuanto podía
todo debajo de la luz inquieta
de la ampolleta
que rebotaba
en 60 watts,
en 32 segundos,
en pitidos intermitentes
de pura mano y puro carbón.


II.
A /_loleando

En realidad no sobreviví a
Las Encinas,
sino que a Campus Oriente
:P
Pero una vez fui a
Las Encinas,
con puros profes
de mafia italiana,
Con puras niñas
de pelo lais,
y vi a un niño meando
en la puerta

- (él me miró)
- (yo lo miré)
- (él me miró)

y la sacudió.
Entonces yo sobreviví a
Las Encinas
(y, según el juicio
de un amigo muy amigo,
pinché en la ley
de la dialéctica hegeliana).


III.
A /huracana

Oye,
/huracana,
deberías ir alguna vez a
una lectura
en la que estuviera yo
escuchando,
entonces escucharíamos
juntas
y pondríamos atención
apenas,
porque soy despistada
y tú serías despistada
conmigo
en la misma sala:
al unísono.


IV.
A /sweetest_coma

Los perros de Seul
aullan,
Los perros de Seul
amenazan
con que van a venir
a matarme.
Amenazan
con que van a comerse
mi carne fresca.
Perro de Seul:
yo no escondo mis huesos,
mi carne fresca
está ahí
para ti.
Anda a explicarle tú a un perro de Seul
que no es en la carne
donde expías los pecados
de la carne.

Perro:
deberías ir ahora
a Seul
a convertirte en lechuga.


V.
A /xubicita

Es lo peor
soñar
que te buscaban
(Alguna vez más que sea).


VI.
A /oehmke

La próxima vez que te conectes
tu MSN dirá
que te dije que te odio,
pero no es tan así:
tú sabes cómo es de intrigante ese programa de mierda.


VII.
[/artistardilla]

Si Rodney Mullen fuera coreano
tendríamos que llamarlo "Dios"
(Y cuando Rodney Mullen dijera
"Hágase la luz"
Chuck Norris le diría
"Pídelo por favor",
pero a él no le importaría
porque sería pro-skater
y además
asiático).


VIII.
[/artistardilla]

Yo antes tenía un gato
al que le confidenciaba mis
cosas,
pero ahora,
que no tengo ni gato,
me las callo, me las digo,
me las vuelvo a callar:
me las meto por donde mejor quepan.
me las guardo
en los bolsillos
llenos de papelitos
de dulce…
llenos de boletos
del Transantiago
inexistentes

¡Necesito un gatito
a
ho
ra!


IX.
[/artistardilla]

Yo siempre recuerdo,
aunque me de pena.

Yo siempre me acuerdo.


X.
A /dulce_ofelia

Jose,
sólo tú sabes hacer de los días nublados
días en sepia.


XI.
A /dulce_ofelia

Por qué las canciones quedan tan maltrechas
después de unos cuantos abrazos,
amiga.

Antes me gustaban mucho esas canciones
ahora soy un ramito de nervios
y de pelos chasconeados.

I. Folio 8 - Fragmentos para dominar el (un) deseo (noviembre del 2007)

Pr.
Éramos
dos personas que desgarrábamos con la mirada
y las bocas
nos ardían como tazas de té en verano
esperando,
sin nada que pudiéramos hacer.
La noche estaba quieta
y en ella
las heridas de un hombre son la mirada de otro
invisibles todos
en la capacidad destripadora y caritativa
que tiene la oscuridad entre nosotros.


I.
Respirar muy hondo.
Aspirar con fuerza, profundo,
como si el aire lo inflara a uno como un bombín.
Como si con aire
se quitara la presión del esófago
y los calambres.
Como convirtiendo a tus intestinos
en espadas de globo
hechas por payasos invisibles.


IV.
Dibujar un círculo
sobre una hoja de papel
una, diez,
treinta y tres veces hasta rajar dicho papel.
Hasta hacer un hoyo
que atraviese todo el papel del cuaderno en el que anotas.
Hasta rasguñar con la punta del lápiz
la mesa en donde escribes.
Roer, desgarrar,
desarmar: destruir.
Sólo entonces
oír con detención el ruido que araña a la madera
y abraza a los oídos por dentro.


VII.
Meter la cabeza
a un balde de agua o,
en su defecto,
y únicamente si no tuviera esto a mano,
en una casata de helado de piña
San Francisco
de 5.5 litros, es decir
5500 centímetros cúbicos.
Ir así, en el estado
entre la excitación y la muerte,
a dormir bajo un árbol tropical.
(esperar)
Cantar el Amor tucán.
Divertirse en el espacio donde está esa sombra
que constantemente se hace más sombra.


IX.
The Very Large Telescope o
Telescopio muy grande, VLT,
se encuentra en el Observatorio Paranal.
Consiste en un sistemade cuatro telescopios ópticos
separados,
y cada uno de estos cuatro instrumentos principales
es un telescopio reflector
con un espejo de 8,2 metros.
El proyecto VLT
forma parte del European Southern Observatory,
ESO,
la mayor organización astronómica
de Europa.
Leer eso,
sobre eso,
repetidas veces durante el día.
Extiéndase sobre el piso y lea,
primero de espaldas,
luego de guatita,
de espaldas una vez más
y así sucesivamente.

jueves, 19 de junio de 2008

I. Folio 7 - la novela (comprendidos entre agosto del 2007 y febrero del 2008)

1. primer intento (y presentación)
Estos últimos dos meses mi escritura se ha centrado en un proyecto de novela que venía, como un/el fantasma, rondándome por años. Historias dignas de ser contadas, excusas para sostener grandes empresas que, a la larga, terminan sosteniéndote a ti. En una precaria organización, en el caos de mis ideas, el primer intento fue algo así como lo siguiente:

La novela trata sobre un tipo que escribe una novela y debe terminarla dos días antes de que una amiga suya llegue desde donde sea. Se acerca el día y no puede acabar. Llega la fecha fijada y ni ella ni la novela aparecen por ninguna parte. El tipo sabe que no puede acabar lo que escribe mientras ella no llegue, pero también sabe que ella no va a llegar mientras la novela no esté terminada. Estúpidas promesas. Él la ama. Es una relación de largas llamadas telefónicas a países desconocidos. Sabe que esa novela será importante porque pondrá punto final a su vida hasta el momento en que la termine, en que la encuentre a ella. Sale a buscarla. La novela se llena de los paisajes en su viaje. Desérticos, solitarios, asesinos, escenificados. El tipo sabe que en algún momento la novela va a acabar abruptamente, pero no sabe por qué motivos ya.
El tipo ha vivido y sido criado siempre en una ciudad in extremis urbanizada. Una de locos, dice. En esa ciudad, donde viven los locos, vive entre las paredes una amiga del escritor que se dedica a coleccionar mariposas en el cabello: ella es un infierno en vida. Sus ideas, sus imágenes, todo ella lo tortura colándose en la novela. Principalmente esos delirios de ciudad son los que quiere exterminar de sí antes de que la otra, siempre la otra, llegue desde el lugar ajeno. Por eso los dos días y el apuro. La novela es su vida antes de lo que el quiere que sea su vida. Una vida de la que se arrepiente, de loca superficialidad. Finalmente, entendiendo no poder acabar con la novela, sale a buscarla con el objeto de pedirle perdón. No puede acabar y los capítulos de la novela le llegan como sueños que lo atormentan. Allá extraña la locura, a su infierno, allá en medio del silencio. Cuelga. Todos los personajes, a excepción del narrador, se quedan solos (espero).

¿Por qué el narrador no? Vaya a saber el autor.


2. (en el desierto)
La cabeza en la cabecera, nada. Abrir o cerrar los ojos es igual. El color siempre es el mismo: negro. Un negro como bolsa plástica respirada sobre la cara. Por qué las luces de la ciudad no rebotan hasta ahí: en ese motel cada pieza tiene por techo un espejo. Se había dado las buenas noches a si mismo apagando la luz del velador. Ni siquiera un brillo se reflejaba en él ahora. Piensa que seguro es así cuando te mueres. Después aparece ella: siempre la ve en el espacio de los ojos cerrados. Ella atravesando sus párpados, sus ojos con dedos filosos. Ella en posturas; ella poniendo caras para la foto. Ambos mirando ventana afuera. Ella diciendo un montón de cosas que no recuerda. No iba a encontrarla nunca. Se encuentra en el espejo sin llegar a reconocer su rostro: teme eso. Después de masturbarse la noche le parece más luminosa.


3. (antes, en la ciudad)
La tercera noche se acostaron. Al despertar al día siguiente él ya estaba enamorado de K otra vez.

Le pregunta desde hace cuanto ella está enamorada. K dice que se fue durante una caminata entre la Plaza de Ñuñoa y Providencia: al llegar a Bilbao ya estaba enamorada. Él se impresiona. Toma aire con la boca abierta, que escupe humo, y lo expele con fuerza: así deja claro que esa información lo descoloca.



4. (mucho antes, también en la ciudad)

-Mi mamá viene a Santiago. Quiere conocerte.
-Le contaste de mí –pregunto con molestia, por algo existía el trato.
-No, pero una madre siempre sabe.
-¿Y siente como ahora te estoy tocando las rodillas?

Se encoge de hombros. Ambos nos reímos y ella esconde la cabeza, rubia y sin desmalezar, entre las arrugas de mi camisa a rayas.

-Ella va a saber igual, así que haz ahora lo que tengas que hacer.


lunes, 16 de junio de 2008

I. Folio 6 - diálogos (comprendidos entre junio y agosto del 2007)

1. (En torno al cine)

- ¿Y por qué quieres ver películas como esa? De directores "frgancesssssses" amariconados, misóginos, mamones primermundistas, adictos a la lágrima que vive y muere en la cara, adictos, C'est è ne point finit, à la vie et à la mort, romanticoneo barato, "oh te amo", "oh dime que me amas", "oh por qué ya no nos amamos", ¿Por qué?, "obvio que me amas, soy el protagonista, soy perfecto", lavados de cerebros con poemas cursis, ilustraciones maltrechas de personas reales, de personas como nosotros dos.

-No sé, me gustan las películas. Eso es: me gusta ver todo tipo de ellas.


2. (Mirando una revista)
- "The men's Journal"...
- O muy gay o muy machista.
- Deben hablar de autos deportivos y barbacoas ahí.
- Mujeres aceitadas.
- "Cómo hacer su propia nevera para six pack con elementos de desecho en su cochera".
- Más simple: nevera cerveza cochera.
- Obvio, hombres equal 'Easy English'.
- ¿Cómo fue?
- Eso, o me vas a decir ahora que estás defendiendo a tu género? Tú, el que tiene sueños eróticos con vocalistas de grupos asiáticos.
- Eróticos no: altamente emotivos, que no es lo mismo.


3.
Yo soy una enloquecida a la que le gusta mucho tener peleas. Me gusta muchísimo: enojarme, gritar, golpear con los puños la pared del baño. Sentarme dentro de la tina a rabear y llorar un rato, dormirme en la tina, esperar. Y cuando no hay ruido, cuando todos se han ido a dormir en casa, salgo de puntillas al pasillo y me quedo mirando por la ventana porque soy así de enloquecida y me gusta serlo. Me gusta echar todas esas cosas fuera y después reirme, porque sé que si esas cosas se quedan dentro se hacen rocas de sal, y la risa no te sale por la boca entre las rocas.


4.
-¿Todavía tienes ese bolso? Debe tener veinte años por lo menos.
-Sí, papá.
-En ese pusiste tus cosas cuando te fuiste de la casa por primera vez, ¿te acuerdas?
-Sí.
-Eras enanísima. Tenías el cabello corto, igual que un niño.
-Llevaba moños, papá.
-No –enfatizó-, llevabas el cabello corto como un niño, o por lo menos recogido atrás con una trenza. Así siempre te peinaba tu mamá.


5.
-Está muerta.
-Mañana te traigo otra igual que tengo en la oficina.
-No importa, me gustaba la música nomás.
-Sí… era muy particular, muy bonita.
-¿Viste que está muerta? Hablaste de ella en tiempo pasado.


6.
- ¡Pablo!
- ¡Estoy aburrido!
- ¡PA-BLO!
- ¡Estoy aburrido! ¡Quiero un helado! ¡HE-LA-DO!
- Ya, déle los fósforos a la mamá.
- ¡No!
- ¡Dele-los fósforos-a la ma-má!
- ¡NO!
- ¡Pablo!
- ¡Helado!
- Bueno…
- ¡Helado!
- ¡Ya!


7.
-¿Y por qué no la llamas para saber?
-Tz-tz.
-¿Y por qué no la llamas para saber?
-¿Tz-tz?
-Y POR QUÉ – NO LA LLAMAS – PARA SABER.
- Tz-tz tzzzztz tztz.

Silencio.


8.
- ¿Por qué no juegas?
- ¡Ya! Yo quiero ser la polilla.
- Bueno.
- Me quedaré aquí, detrás de las camisas. Asústate cuando me veas.
- Bueno.
- ¡Asústate!
- ¡Ya!
- ¡Pucha, mamá!
- Bueno, voy a asustarme.

viernes, 13 de junio de 2008

I. Folio 5 - párrafos narrativos (no fechados ni titulados)

1.
(...) De entre las piernas le salió agua turbia con olor a porquería, y yo le había dicho de eso y de otras cosas sin que me hiciera mucho caso. (...) Sentado en la baranda la observo irse, toda mezclada con las aguas negras del río.


2.
Apuré. La mujer de tacos detrás de mí me trae enfermo. Dos, tres-cuatro, dos, tres-cuatro. Trescientos metros de golpeteo seco en el piso del pasillo, incluso a través de los audífonos, de las orejas y de la música. Meto los pies al pasto atravesando el campo en una diagonal exacta. El repicar de pies se calla. Una respiración agitada que sube por el cuello se abre paso a través de los gorriones y los oídos clausurados por alguna canción de rock progresivo.


3.
Entonces ahí sola da cosa subir a la micro de vuelta a casa, porque siento vergüenza de haber dicho eso. Me quedo mirando fijo a los autos que, hechos pura luz en la noche, pasan rápido frente al asiento del paradero. En la tele me habían advertido que los hombres nunca se enamoran de las mujeres a las que usan, pero sorda como yo sola cambié el canal para ver una teleserie mexicana.


4.
Todos me molestaron cuando supieron que calzaba 39, dije. Me miró con cara de diversión. Es que mamá me dejaba andar con los pies pelados por la casa. Siempre puedes decir que bailabas ballet, me dice. Yo siempre supe bailar a mi manera.


5.
Terminé de digerir la cita una hora y veinticinco cuadras más tarde. Me vestí como pude y salí a la calle arrancando de la perra que le habían regalado a Diego para el cumpleaños. Ya eran más de las cuatro. Esta vaca ya murió, pensé. Enfilé hacia la plaza de armas con la única intención de comprar alpiste y alimentar a las palomas hasta que una se reventara de gorda; idioteces mías. Ir allá y esperar, nada más.


6.
(30 de julio)

Yo recuerdo que la vez que la mamá se enojó más fue cuando Felipe tenía 14. Íbamos en una micro y lo vimos en el paradero de su colegio, y sus compañeros le tironeaban la cotona. No lo dejaban subir. Ella anduvo entre los asientos y, sacando una mano por la puerta, subió a mi hermano de una oreja. No hablábamos durante el resto del viaje cuando esas cosas ocurrían.

De mi papá: una vez, tratando de calentarme unas medias, les quemó los pies.


7.
Tenía sobre las uñas marcas de otras uñas. Rasguños en la cara, dentro de los ojos. Unas medias calentadas sobre un anafe, agujeros y quemaduras en los pies. Fotos de Felipe a los 14. Una mezcla de esas fotos con otras fotografías familiares más viejas que él mismo, blanco y negro, de puntas hilachientas. Todas sobre el piso. El Trix hasta entre sus cabellos, también en el piso. En las manos llenas de saliva. Las grietas en el suelo del dormitorio rellenas de polvo acumulado por años. Polvo, pelos y cereal.


8.
La cabeza en la cabecera, nada. Abrir o cerrar los ojos es igual. El color siempre es el mismo: negro. Un negro como bolsa plástica respirada sobre la cara. Por qué las luces de la ciudad no rebotan hasta ahí: en ese motel cada pieza tiene por techo un espejo. Se había dado las buenas noches a si mismo apagando la luz del velador. Ni siquiera un brillo se reflejaba en él ahora. Piensa que seguro es así cuando te mueres. Después aparece ella: siempre la ve en el espacio de los ojos cerrados. Ella atravesando sus párpados, sus ojos con dedos filosos. Ella en posturas; ella poniendo caras para la foto. Ambos mirando ventana afuera. Ella diciendo un montón de cosas que no recuerda. No iba a encontrarla nunca. Se encuentra en el espejo sin llegar a reconocer su rostro: teme eso. Después de masturbarse la noche le parece más luminosa.

I. Folio 4 - estudio para pie forzado (4 de julio del 2007)

1.
Desde hace una hora el mentiroso compulsivo está en la terraza fumando. No habla. Está sentado mirando hacia abajo los autos que pasan frente al edificio formando filas, tocando bocinas. Antes había dicho que no podía verme a la cara; que un gato lo miraba feo desde la ventana del cuarto piso por estar echado sobre mí, recriminándolo, y que por eso no había funcionado el día de hoy. Dijo lo que hacemos no me gusta. Voltea la cabeza: quiero que te retires, dice, como si yo fuera los platos sucios, tengo que trabajar. Pensar en esa, repito dos o tres veces; mi ropa y yo sin ella acabamos en el pasillo. Con los zapatos aún en la mano salgo, y sólo una hora y veinticinco cuadras más allá me doy cuenta de que él se quedó en mi casa. Yo estoy en la calle.

2.
Desde hace una hora el mentiroso compulsivo está en la terraza fumando. No habla, fuma sentado mirando hacia abajo los autos que pasan frente al edificio formando filas. Dijo que no podía verme a la cara, que un gato lo miraba desde la ventana estar echado sobre mí recriminándolo, y que por eso no había funcionado. Dijo lo que hacemos no me gusta. Voltea la cabeza y me pide que me retire: quiero que te retires, dice, como si yo fuera los platos sucios o la cuenta del cable, porque se supone que esté trabajando. Pensar en ella, digo, y lo repito dos o tres veces; todas mis cosas acaban en el pasillo. Vestida a medias salgo, y sólo a una hora y veinticinco cuadras más allá se me quita el enojo y concluyo con la frase habitual: no me usa más.

Él se quedó en casa y allá es donde voy. Caminando de regreso me acuerdo de la primera vez que me di cuenta de como serían siempre las cosas entre nosotros. Estábamos en la aduana de Arica, esperando. Rezábamos ambos porque el circo peruano frente a nosotros desistiera de diez cajones de mangos y las jaulas con leones y tigres de Asia. Apoyé la cabeza en su hombro y dormí por horas esperando. Cuando desperté me dijo que siempre habría una ella en el asiento del medio y entonces, supongo, me acostumbré a esperar y esperar, como en internación constante.

I. Folio 3 - sobre Youth Yarrá (posterior al 27 de junio del 2007, no fechado ni titulado)

Youth Yarrá comenzó sus memorias poco después de acontecidos los hechos. De a poco, como tirando de una cuerda, escribió cada uno de los sucesos ocurridos en su vida, terminando con el que obviamente había conseguido como punto final tenerlo encerrado en esa casucha mecanografiando con apuro.

(…)
Satisfecho con el resultado, entregó el montón de 984 páginas mecanografiadas a un amigo, Sánchez, quien las leyó detenidamente por algo más de tres días. Cuando acabó arrancó la página del final y se limpió el café del bigote con ella: era señal de respeto a una buena lectura en su país.


Como escribiendo siempre la misma historia, Youth Yarrá anotó cada una de las cosas que le pasaron en la vida otra vez. Como un escritor escribe siempre la misma novela, pensó, yo paso en limpio lo dicho y hecho alguna vez con el fin de que, poco a poco, la forma sea distinta, pese a no poder cambiarse lo acontecido.

miércoles, 11 de junio de 2008

I. Folio 1 (no fechados ni titulados)

2.
Me carga ser la que recoge los pedazos. Los hombres a los que he querido siempre están heridos, entregados por varias manos, basureados. Todos hombres destruídos.


3.
“Esté atento al volante, puede evitar así muchos accidentes en la autopista”
“Pero en serio, hombre: mire sólo el camino”
“¿No ve que lo que hace? Concéntrese por fin en el volante. Por descuido casi mata a ese pobre hombre”


5.
C y yo gritamos en mitad de la noche, cada una en su casa. Nos llamamos la una a la otra sin obtener resultado. Pensamos a la vez en qué tipo de persona es la que a las cuatro de la mañana está aún usando el teléfono. Ambas miramos por la ventana consolándonos con autos y perros que aúllan.


6.
Odio hablar contigo porque nunca entiendo lo que dices. Hoy, cuando me di cuenta de lo que ocurría, ya era tarde. Tenía la boca y nariz llenas de mocos, temblaba entera. Oraba, frente al computador, porque lo que estuvieras diciendo (escribiendo es el término correcto) estuviera amplificado por el espacio en blanco de miles de pixeles entre una palabra y la otra. Hablaba sola. Quizás lo dijiste de forma liviana, al nivel de la publicidad parpadeante de parejas y pastillas, almacenesparispuntoceele, bajo la ventana de conversación.

Hablaste en media hora de homosexualidad (14 letras), autoflagelación (15 letras) y Kierkegaard (11 letras). Escribiste todo ese montón de palabras difíciles en frases largas, tediosas. Con una Verdana 7.5 en negrita tecleé un “te quiero” con gusto a poco, frío, de ocho letras nada parecidas a lo que sentía en la panza. “Te quiero” queriendo abrazarte, tirarme al suelo con tu cara imperturbable o dolida mirándolo todo. “/me aún te quiere”, escribo. “/me sabe que cuando apenas le gustes ella ya estará mala”. Y nada: “EL está escribiendo un mensaje” que nunca llega, y me lleno de esa frase que intermitente aparece en una esquinita indicándome que nada logra salir de allá.

¿Estás otra vez dormido?
Último mensaje recibido a las 23:11 el 22-05-2007.

Por favor, háblame.
Último mensaje recibido a las 23:11 el 22-05-2007.


7.
Pienso que nuestra separación comenzó el día en que cambié la clave de mi mail. Temía que leyeras lo que yo escribí a mis amigos acerca de lo mal que nos llevábamos desde cierto episodio vergonzoso.

Me senté en el computador y comencé a teclear. Traté de abrir su mail con todas las palabras que alguna vez nos dijimos. Nada. Ninguna de ellas era la clave.


9.
Ve sobre la cama una tira de pastillas blancas que no había visto antes. Una ventana del msn se abre. Isabel Monzó dice:

“Todas.”

Pablo dice:
¿Cómo dices?

Último mensaje recibido a las 00:28 el 26-06-2005.

Saca y ordena de una en una las pastillas al borde del escritorio, y luego se ayuda con el agua de una botella que estaba hace días bajo la cama. Las tres últimas no es capaz de levantarlas y las come de la mesa, se echa sobre los papeles y comienza a contar hacia atrás.

Quince, catorce, trece, doce, diez, nueve, ocho, nueve, ocho, siete, seis, dos, dos, dos.


10.
Subo a una micro por inercia, donde río, lloro y finalmente sueño. Las imágenes son confusas y al despertar tengo un denso dolor de cabeza producto de los cigarros. Cuando me bajo siento como si la desgraciada me hubiera vomitado.

Cartulina dice:
¿Estás ahí? Necesito hablar contigo.

S dice:
Heme aquí. ¿Y, me contarás tus misterios?

Cartulina dice:
Quería decirte que eso que no pude contarte… ya sabes, no sé, creo que tengo miedo. Eso es: tengo miedo.

S dice:
Yo también tengo miedo ¿Sabes?

Siento como si esa fuera la única de las oraciones. Luego de eso nada de lo que yo diga puede ilustrar mejor lo que es el miedo.

Carolina dice:
No te entiendo. Me da susto cuando dices esas cosas

S dice:
¿Por qué?

Carolina dice:
Es como si yo fuera un payaso y no me diera cuenta. Es como si tuviera marcada la cara y todos lo supieran, menos yo.


11.
Artista se preguntó (de forma correcta) por qué en sus historias los personajes siempre chocan y descubrió, sin sorpresa, que en la vida cotidiana ella chocaba con todos a su alrededor. Había un tipo, un individuo despreciable, con el que ella no conseguía chocar. Ambos, Escritor y ella, tenían esporádicos encuentros violentos que nunca se concretaban en choques. En esa violencia había mordiscos, abrazos fotosensibles, imágenes extraídas de la basura: imágenes de viejas combustiones espontáneas por el roce sin contacto, por la estática que producen dos masas que se mueven a distancias milimétricas.

Escritor era misógino, sincrónicamente un tipo de edad revuelta y vicios astutos. Se ganaba la vida componiendo canciones en un sello de la comunidad ecológica. Mataba las tardes componiendo obituarios para su trabajo de medio tiempo. Sonreía escondido porque creía indefectiblemente que su cara se tornaba horrible cuando lo hacía. Componía muchas cosas que no eran su propia persona.

Artista era la viva imagen de sus padres, a los que nunca conoció. Se arreglaba el cabello despeinándolo, se cubría de pies a cabeza con ropas grises para que todos la vieran. Si su ego fuera plumas, la habría asfixiado. Lo hacía de todas formas sin ser plumas, nylon o calcetines en la boca.


17.
"¡Ah, son una familia bien dispersa ustedes!"


19.
Abstracto es crear un personaje que sólo habla con líneas de canciones pop en español.


20.
En Las Condes, un árbol cae debido al temporal interrumpiendo el tránsito. En Ñuñoa uno corta la luz por varias horas en dos o tres manzanas. En la Nuevo Amanecer, en cambio, destruye una casa y aplasta a un hombre de la tercera edad. El gobierno le dijo que tapara las goteras.


21.
Recuerdo que lo único que había de comer en esa casa eran las ratas.

lunes, 9 de junio de 2008

I. El primer cuaderno (o Cuaderno de los recuerdos desgarbados)

El primer cuaderno llevado por Isabel está fechado por primera vez el 20 de junio del 2007. Sin embargo, antes de esta información hay 4 hojas de narraciones breves sin mayores indicaciones. Es un material no titulado, compuesto de borradores y estudios para cuentos que luego serían publicados en internet (Cuentos de Isabel Viterbo). Pese a esta estrecha relación con el género narrativo, el cual se impone como causa de la existencia de este cuaderno, tímidamente hacia el final es posible ver breves poemas en verso y prosa.

Los textos seleccionados están comprendidos entre junio del 2007 y abril del 2008. El cuaderno fue titulado con posterioridad a su escritura, por lo cual es posible explicar el que no todos los textos tengan una estrecha relación con el concepto que éste propone.