sábado, 31 de enero de 2009

II. Folio 14 - Carta no enviada no. 3 (enero 2009)

Y está bien. Lo único que querías era acostarte conmigo y debí comprender antes que después de eso ibas a desaparecer como si la tierra te hubiera tragado. No es que me lo banque, por supuesto, pero puedo entenderlo con claridad. Yo sabía, cuando te abrí la puerta, que después de que te fueras no íbamos a vernos en un montón de tiempo. Mi cabeza, de hecho, decía nunca, nunca más, pero yo no pongo mucha atención a los pensamientos cuando son tan inconvenientemente absolutos. Incluso ahí, arrastrada entre las mordidas, yo quería seguirte viendo la próxima semana, la que venía después de esa y así. A pesar de las demasiadas palabras tontas que se te salían, ofendiéndome, yo tenía el plan trazado de antemano y ya nada podía llegar más allá de mi piel y de esa mañana. Tengo claro que el control era mío ese día como nunca lo había sido. El poder de las mujeres siempre está, en última instancia, en follar o llorar. El poder de acercar o alejar a las personas con un gesto tan vacío como el desnudarse. El poder de hacer sufrir a otros simulando autoflagelación. El poder, al fin y al cabo, de usar al cuerpo como llave maestra para solucionar todos los conflictos, para esconder todas las cosas que no pueden resolverse como gente civilizada, para engañar.
Las personas a las que les he contado no vieron nada lógico en mi manera de razonar, pero si te necesitaba fuera tenía que primero hacerte entrar: tenía que abrir las puertas de mi casa, abrir las piernas y dejarte ir como si fueras mierda que se va por el río cuando ya no es posible retenerla más. Te querías acostar conmigo, y así lo hicimos: nada mejor que hacerte el favor para que de una buena vez dejaras de estar escondido por mis rincones.
Yo te había dicho alguna vez antes que los besos que nos dimos siempre me sabían mejor a mí, que te quería más, pero la verdad es que en esos gestos artificiales de afecto la que más asco sentía era yo. Muchas gracias por darme el primer beso sin amor que me han dado, por meterte conmigo por primera vez sin ningún tipo de sentimiento y por la única palabra de afecto de todo el round: un por favor de tripas que casi te creo, y cuyo único objeto era conseguir que me la metiera en la boca como si te debiera algo más que estar ahí, en silencio. Como si estuvieras haciéndome a mí un favor aterrizado desde una nave espacial. Nunca pediste nada por favor y nunca fuiste primero en nada antes, está claro. Fuiste el primero en esas cosas, pero no sé si te darán orgullo como las que tanto ambicionabas cuando no decías tantas mentiras para salvarte el pellejo.
Aunque a las personas a las que les he contado no les pareció nada lógico, creo que conseguí que no te aparecieras más a arruinarlo todo. Aunque del proceso me queden las cicatrices de una que otra mentira creída a medias, desperté violentamente del mal sueño que teníamos como único punto de encuentro entre nosotros.