jueves, 11 de septiembre de 2008
II. Folio 5 - Mar de Japón (junio 2008)
Ingresado por Isabel (IV) a las 17:16 2 investigadores
Descriptores besos en el cuello, chinas travesti, chinos fletos, coreanos, cuaderno de los malos deseos, galletas con alma, japoneses, Porno a medio acabar, VHS or Beta
II. Folio 4 - Las cartas (mayo 2008)
De no escribir tanto párrafo sangrante, tampoco habrían de los irónicos y los dolidos, y esos me encantan. Pese a todo, mi escritura se ha vuelto tan autoinmune como la gente. No importa a qué personaje juegues, aquí eres uno que siempre está perdido. A ratos vuelve a sonar esa canción y vuelvo a temblar hasta las vísceras, y me conmueve no poder querer a esa canción más que a algunas personas. Restos de mi afán por hacer de las cosas personas y viceversa. Es posible que leyendo a Bertoni me quede unos momentos en su piel, pero ten por seguro que leerme no te va a conducir a nada bueno. Bertoni no va a quererte ni un ápice de lo mucho que yo sí lo hice en mis propios huesos. Escribí en tu boca, incluso, que cuando quise el amor de las personas sólo recibí el de los poetas. Espero que eso te pase fuera de mis cuentos para así sentirme profética y sincrónica, y desquitarme un poco de esa extraña sonrisa que siempre tienes.
Lo que más me gusta del que eres ahora en mis cuentos es que te dices a ti mismo las cosas que me decías antes, y parecen dolerte igual que a mí. Si fueras vieja, te invitaría incesantes tecitos cocorocos en el Coppelia hasta que te soltaras tus títulos, me descosieras tus cuentos, y derribaras para mí esas oraciones absurdas, y sonrientes cuando te las tiraras sobre las mesitas plateadas. A mí no se me da la escritura igual que a alguien no le da el largo de las mangas de un chaleco. Digamos que no se me da tu manera de escribir. Escribías sobre perros y nunca fuimos amigos íntimos porque a mí no me da pena pegarle a los perros. Les temo, ellos me ladran: les doy patadas de consuelo como si ya no hubiera mañana. Supongo que de no sentir los deseos de pegarte un puntapié también, te escribiría otra carta larga con dibujos de mis perros heridos en combate. Por tu parte, no llegaste a escribirme ni tu nombre en un papel. Siempre creí, eso sí, que tenías una letra tan horrible como la del computador. Quizás las teclas eran extensiones de tus dedos y por ellos también pasaba corriente, lo que explicaría el por qué del dolor de panza que me daba cuando decías tanta estupidez junta. Tendré que conformarme con tus excusas, que cargo encima como medallas, y las cicatrices que se me vuelven a ratos bertonis largos y bertonis cortos. Pedazos de piel sacados de un lugar y vueltos a pegar en otro.
Ingresado por Isabel (IV) a las 13:52 1 investigadores
Descriptores cacería, carencias, cartas, Claudio Bertoni, cuaderno de los malos deseos, El, Enrique Vila-Matas, personajes que son escritores, Poemas, poetas, porno clase B
jueves, 4 de septiembre de 2008
II. Folio 3 - De otro planeta (apunte para la novela, abril 2008)
-¿Y aquí?
Y su dedo presionaba el mentón, y sus ojos miraban hacia arriba distraídos como dos escarabajos, y la punta del índice de a poco se le ponía tan roja como el hoyuelo que dios le había hecho en la barbilla. Estaba aplastándolo.
-Aquí la cara se te contraería, porque la mandíbula se partiría en dos y el ángulo que tienes ahora así, tan gracioso hacia fuera, se te haría hacia adentro con los dientes quebrados. Quizás, si no se detuviera ahí, golpearía también tu paladar, contrayéndote la cara entera hacia adentro como si fuera una anti-cara: como si quisieras mirarte el interior de la nariz al cerrar los ojos.
Ella sonrió. Le gustaba cuando los signos apuntaban a que todo saldría bien. Se quitó el vestido a rayas para tenderse sobre la alfombra. Entre que hizo esto y se levantó por más café, hicieron el amor dos veces. En parte él miraba como dormía, en parte fundía los colores como si ella y el piso fueran una sola cosa. El estómago subía y bajaba muy lento, como a destiempo. Las luces seguían apagadas y las ventanas abiertas. De la calle, la noche se reflejaba en pequeñas luces sobre los brazos y el estómago, borrándolos. Los calzones brillaban más, al punto de iluminar la habitación. Satín rosa. Se preguntó en qué estaría pensando al vestir una cosa tan infantil. En el espacio de dos horas, hizo cuatro veces el amor consigo mismo. Se levantó a tomar café, pero en la tetera ya no quedaba ni media taza de agua hervida. Al entreabrir los ojos, a ella le pareció estar con el italiano. No, se corrigió, es Facundo que se ha revuelto el pelo y parece venido a la conquista de otro planeta. Le preguntó cuánto había dormido, pero él no supo qué responder. Preguntó al aire cómo es que se le ocurrió ponerse los calzones y no los sostenes. Él pudo haber sonreído, pero no dijo nada. Le contó, en cambio, que durmió muy mal debido a que tomó más café del presupuestado, pero que agradecía su ocurrencia de calzones y no de sostenes. Si hubieras dormido sólo con sostenes, dijo, de la risa no habría podido tomar café.
-Si hubieras dormido sólo con sostenes, no habrías dormido.
Se rieron los dos, aunque no sé si llegó a decirlo en voz alta. De las seis veces de la noche, para Facundo sólo dos fueron presenciales y las demás teóricas. Ella, en cambio, de las dos tuvo siete con Facundo y una con el italiano, que siempre se reservaba la mañana. Nunca sus talentos fueron matemáticos. Se acordaba de que, cuando era niña, su madre le dibujaba redondas manzanas rojas en tarjetas de cartón con la vaga esperanza de que aprendiera la lección. La cicatriz que tenía en el pie derecho le recordaba que no se está seguro en esta vida hasta que se aprende a dividir. Cada vez que la veía, los años desaparecían de golpe, como si fueran espacio.
El la miraba de reojo y de costado. Fijos los ojos en la cicatriz del pie con ambas tazas de café en la mano, como si fuera una equilibrista porno. Se le ocurrió que era la cosa más extraña que hubiera visto alguna vez: estaba ahí únicamente en calzones de satín, los que usaría una niña, sosteniendo dos tazas de café en silencio. Calzones que refulgen, dijo, pero pensó que de tanto brillo le estaban quemando los ojos. Le dieron ganas de escribir alguna cosa más que sea sobre el asunto, pero 1. Sintió cansancio de levantarse por papel y lápiz 2. Le daba pena dejar de mirarla con ojos llenos que se sentían rebalsar. Ella esperó un par de minutos más con los ojos fijos en el piso. El frío de las baldosas de la cocina le causaba escozor en la planta de los pies. Él intentó anotar algo sin buenos resultados. Terminó por desistir y tarjar toda la oración con una sola línea que se tambaleaba.
Ingresado por Isabel (IV) a las 0:21 2 investigadores
Descriptores balas perdidas, calzones de satín rosa, cicatrices, cuaderno de los malos deseos, deseos, el italiano, Ella, en pelotas, equilibrista porno, Facundo, la novela, matemáticas, papel y lápiz, Porno a medio acabar, tazas de café
lunes, 1 de septiembre de 2008
II. Folio 2 - Malos recuerdos (escritos de apoyo a Malos deseos, abril 2008)
Todo lo demás puede levantarse perfectamente.
2. En el piso, en el cuerpo, las huellas del baile. Las avenidas, Lo, son como las vías del tren: neo-vías llenas de trenes sincrónicos que no duermen nunca. Cada tren corta en pedazos al aire y lo que haya llevado por él. Serpientes de fuego, de lluvia, vapor y velocidad. Las manchas en el piso son las de un baile que ellas no pueden ni dejan bailar.
3. Mi cama dorada: mi cama como una cerca electrificada. Y yo aquí horizontal, deseándote, Y tú difusa, y tú extendida y borrosa sobre todo ese pavimento.
4.
Si fuera casa
llevaría la fiesta por fuera y la miseria por dentro.
5. Letters We Never Sent
"Contenido de mi maleta: The complete poems of C.P. Cavafy, un pijama y las cuatro últimas cartas de B"
No entiendo que Bertoni pueda salir sólo con las cuatro últimas cartas. Yo salía con todos tus recuerdos a cuestas, a falta quizás de las cartas entre nosotros. De tanto leer su libro, B se me confundía hasta el cansancio con TU; después me gustó mucho más B. Si te inquieta, pienso que como yo me quedé con B, puede ser y es probable que Bertoni se haya ido contigo. Si tuviera cartas tuyas, habría salido con el fajo entero atado con elástico de calzón: con una cinta de satín rosa acabada en una corbatita perfecta. Yo habría respondido cada una de esas cartas, y ahora tendrías empapelado el muro en el que apoyas la cama con ellas. Sin mirarlas, por supuesto: no soy para nada tonta. Se me figura que esa idea te habría hecho gracia y las tendrías junto a tus recortes, tu Diógenes y tus fotos de Thelonius Monk. Esa pieza debe tener sumados como-mil-quinientos-treinta años de tierra encima. Cuando la muralla quiera apoyar la frente en el piso, los gusanos gordos entre los ladrillos se verán más jóvenes que tú y todas tus cosas. Por lo demás, ese día voy a estar contenta de dedicarte el pie de apertura en alguna de las muchas cartas que les envío a mis amigos por correo.
Ingresado por Isabel (IV) a las 23:11 2 investigadores
Descriptores cartas, Claudio Bertoni, como-mil-quinientos-treinta años, cuaderno de los malos deseos, Diógenes, enloquecida, humor rabioso, líos de cama, malos deseos, recuerdos, Thelonius Monk