domingo, 21 de diciembre de 2008

II. Folio 12 - El secreto (diciembre 2008)

Cuando hicimos la cámara de fotos de cartón, cuando yo tenía como cinco o seis años, creí que cualquier cosa se podía hacer entonces. Mi tío, que había comprado una pequeña cámara de juguete en un viaje al D.F., se esmeró en imitar a la perfección todo el proceso con el cual ésta fijaba las imágenes. El aparatito, que cabía en mi palma de niña, estaba todo desparramado sobre el escritorio del cuarto de mi tío, y no sirvió nunca más para nada que no fuera guardar monedas de diez pesos (cincuenta pesos, para ser exactos) muy bien ordenadas una sobre otra en su interior. Mi tío, todo lo que tocaba terminaba destruido. Después de unos días, nos dio a Jorgito y a mí una caja de cartón con un pequeño hoyo en el centro de una de sus caras. Tenía, eso sí, un pedacito de terciopelo azul cubriéndolo mientras no hubiera que exponerlo. ¿Exponerlo a qué? A la luz, Laurita, la luz pone al papel muy malo. Me senté con la espalda muy recta, apoyada en el respaldo de la silla. No te vayas a mover, anunció mi tío. Jorgito descubrió el hoyito y lo pegó a la caja con un pedazo de escoch. Ellos se quedaron mucho más quietos que yo, mirándome fijo. El sol me daba de lleno en la cara y me hizo ver, en cosa de segundos, sus caras plagadas de motas de colores. Ay no te asolees, Laura, que te van a aparecer más pecas. La voz se oía desde dentro de la casa, pero me pareció escucharla desde dentro de mi cabeza. Ninguno de los tres movió un músculo. Las caras de Jorgito y mi tío me parecieron tan chistosas. ¿No era acaso la caja la atracción? Esa caja de zapatillas con un hoyo de alfiler. Con hoyito y terciopelo, en todo caso. No soy yo, me dieron ganas de decir, pero supuse que de lo callados era probable que el sonido también hallara una forma de entrar a través de ese pequeño orificio, igual que la luz. Me alarmó pensar en que se vería el gritito histérico de mamá en la foto, flotando sobre mi cabeza. Sus ¡Ay! Malignos, sus ¡No! Imprudentes. Cállate, mamá, tú nunca entiendes nada. Señor fotógrafo, dijo mi tío consultando su reloj, prepárese para obturar. Diez, nueve, ocho, siete, seis. Jorgito sostenía la pestañita de terciopelo en el dedo, enredada en el escoch. Mi tío miraba fijo el reloj con el índice hacia arriba, como haciendo parar un taxi. Como dirigiendo la orquesta, pensé, y agradecí que se acabara porque la nariz me picaba como nunca. Y uno, y baja el dedo Jorgito, y tomo aire como saliera del viaje submarino más largo. El tío se olvida del reloj, de pasada también de todo lo demás, y se lleva la caja lejos, al cuarto oscuro, donde nadie pueda dar fe a ciencia cierta de lo que hace. Cuando sale soy toda negra sobre el fondo blanco, y me explica que la foto está al revés. No, no te asoleaste hasta chamuscarte, Laurita, tranquila. Se supone que mi tío nos traería la caja una vez más en su próxima visita, sin embargo de ese día sólo nos quedó la foto, el negativo y las bocas abiertas de la impresión.

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