domingo, 22 de junio de 2008

I. Folio 11 - A la deriva (comprendidos entre octubre del 2007 y febrero del 2008)

1.
No voy a encontrar a alguien más parecido a él que ese. Está tirado en el pasto con el mismo descuido; con el mismo pelo revuelto, lleno de pelusas, cayéndole sobre los ojos. Él dijo que le gustaban mis zapatillas, eso siempre es buena señal.

2.
Argumento: ella va a esperarlo a un lugar deshabitado, eriazo por completo. Faltan unos minutos para que él llegue; ella debe hacer hora. Entra en un supermercado en el que la música es aséptica. Entra en un pasillo donde las baldosas son impersonales. Escoge un estante genérico; demora varios minutos en decidir qué es lo que va a llevar finalmente. Mata el tiempo. Se convence de que no debe pensar en cosas tan nefastas. Llega al lugar de la cita con doce minutos de retraso. Él no está. En esa banca los segundos le parecen horas. Sus dedos ya no se mueven como antes, el frío se cuela entre ellos y comienza a congelarlos. Ella se convierte en un personaje al borde del siga participando.

3.
Entre las fotos grises,
entre todas esas fotos grises,
estoy yo.

4.
Estaba sobre la silla, en las puntitas de los pies. Descolgaba ese feo fierro con apretadores que antes hacía de portafotos, pero que desde hace tiempo estaba inevitablemente vacío y camino al entretecho. Nunca encontró fotos como esas fotos para reemplazarlas en los sujetadores. Vacío, el fierro le parecía chistoso. Podía parecer una escultura moderna, pero no armonizaba con el resto de la pieza y no era bonito en esas condiciones. No, no lo era. Era más bien feo, como ya dije antes.

5.
En la esquina de Portales con Carmen hay una casa completamente rosada. Sus habitantes, de naturaleza desconocida, la pintaron hace un tiempo y colocaron en sus ventanas cortinas blancas salpicadas de pequeñas florcitas fucsias. Flores entrelazadas como los pequeños alvéolos de un par de pulmones. Por lo general nadie habita esa casa. Los rosales e hibiscos en flor de la vereda no son regados por una buena mujer de delantal colorado que hornea pasteles. Tampoco un hombre de mejillas sonrosadas saluda socarrona y tímidamente a los vecinos mientras limpia las canaletas llenas de plumas de flamencos; plumas que se acumulan en los tejados altos sobre todo al acercarse el verano. Ninguno de esos personajes está ahí presente. La casa, por si sola, da vida a esos individuos imaginarios en la insuficiencia de transformarse ella misma en un personaje verosímil.

[Claudio dice:
Una casa rosada que no está ni ahí con las otras casas y señoras tontas que le dicen cosas feas!]

6.
Siempre me imagino que el amar tanto a los pingüinos algún día va a matarnos.

7.
¡Con el nombre que me puso! No entiendo como pensó que podría casarme alguna vez con esa horrible forma en la que me llamó. Que no se queje ahora, la muy zorra. Sabía perfectamente lo que hacía cuando me puso así. Sabía que yo, y mis gatos, y mis revistas de papel couché íbamos a quedarnos enterrados en este basurero. Que no se queje. Sólo por mí no está pudriéndose entre las cajas de recortes de diarios y fotografías apolilladas. Qué se cree.

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